Visión de la mujer y el dragón

 

La Mujer

Apareció en el cielo una gran señal: Una mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando encinta, clamaba con los dolores del alumbramiento (12:1,2).

En las profecías, una mujer significa iglesia. En Jeremías 6:2, el Señor dice: “A mujer hermosa y delicada comparé a la hija se Sión.” A Israel dijo Dios: “Y te salió nombradía entre las gentes a causa de tu hermosura; porque era perfecta, a causa de mi hermosura que yo puse sobre ti, dice el Señor Jehová” (Ezequiel 18:14). Esa hermosura que ostenta la mujer, que simboliza la iglesia, proviene de Dios. Está “vestida de sol”. Cristo es “el Sol de justicia” (Malaquías 4:2). La iglesia está vestida del ropaje celestial que es la justicia de Cristo.

La corona con 12 estrellas tiene un doble significado. La iglesia del Antiguo Pacto, que es Israel, era el pueblo de Dios. En ese caso, las doce estrellas simbolizan las doce tribus. Fue la iglesia de Israel la que dio al mundo el Salvador.

Como la iglesia del Nuevo Pacto, las 12 estrellas simbolizan los 12 apóstoles de Cristo.

La luna que está bajo los pies de la mujer simboliza las fiestas, los sacrificios y las ceremonias judías. Así como la luna no tiene luz propia, pero refleja la luz del sol, el ritual judío, aunque no poseía luz alguna, representaba la obra que Cristo había de realizar.

La mujer estaba encinta y con dolores de parto. Veremos en el verso 5 que ella dio a luz un hijo, el cual, indudablemente, es Jesús. Podemos decir que la iglesia Judía dio al mundo un Redentor. Eso es lo que tan apropiadamente dice Jesús en Juan 4:22: “…Porque la salvación viene de los judíos.”

Algunos teólogos ven en esta mujer a la Virgen María, puesto que da a luz al Señor Jesús. Pero, aunque tiene cierta relación, no cumple con todas las cosas que están profetizadas en el capítulo 12. La mayoría de los teólogos, aun de los católicos, entienden que esta mujer es la iglesia.

El Dragón

Y apareció otra señal en el cielo: He aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas, y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró delante de la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese (12:3,4).

La visión de la mujer es interrumpida para dar lugar a otro elemento de la visión: el Dragón escarlata. Este representa al enemigo de Dios y de su iglesia: Satanás. La historia de este personaje se puede trazar en Isaías 14 y Ezequiel 28, aparte de algunos textos aislados en otros libros de la Biblia.

En Isaías es presentado bajo la figura del rey de Babilonia (Isaías 14:4). En el pasaje se nos da su nombre: Lucero, hijo de la mañana (verso 12). Otras versiones traducen el nombre como Lucifer y tradicionalmente lo llaman Luzbel.

En Ezequiel 28, y bajo la figura de “el príncipe de Tiro” (verso 1), se nos presenta la ocasión de su origen: “Tú echas el sello a la proporción, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste: toda piedra preciosa fue tu vestidura; el sardio, topacio, diamante, crisólito, onique, y berilo, el zafiro, carbunclo, y esmeralda, y oro, los primores de tus tamboriles y pífanos estuvieron apercibidos para ti en el día de tu creación” (verso 13). También Ezequiel nos indica el puesto que tenía Lucifer en el cielo: “Tú, querubín grande, cubridor: y yo te puse; en el santo monte de Dios estuviste…” (verso 14) El puesto más grande, luego del Arcángel, es el de querubín. Entre estos había dos que eran llamados “cubridores”, porque estaban a ambos lados del trono de Dios. Es por eso que en el arca de la alianza fueron colocadas dos esculturas de oro de querubines sobre el propiciatorio.

El Monte de Dios

Es de capital importancia que veamos la frase “el santo monte de Dios” del verso 4 de Ezequiel 28. Este concepto de monte aparece en la Biblia de varias maneras: “Monte de Dios”, “Monte del Testimonio”, “Monte de Sión”, “Monte de Israel”, “Monte Santo del Santuario” y otros. Este monte es símbolo del lugar donde Dios mora y desde donde rige el universo entero.

Podemos ver en la Palabra santa como era Lucifer, su conducta antes de pecar y la causa de su extravío: “Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad” (verso 15). No sabemos cuanto tiempo duró Lucifer en su conducta correcta. El pecado es llamado “el misterio de iniquidad”. No podemos explicarlo. Cómo entró la maldad en este ser, lo dice el profeta: “Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu resplandor…” (verso 17) El ensalzamiento propio de este ser, y la codicia lo llevó al punto de decir: “Yo soy Dios (verso 9)”.

Isaías nos da más detalles de la pretensiones de Lucifer: “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las gentes. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo, en lo alto, junto a las estrellas de Dios ensalzaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte” (14:12,13). Nuevamente se menciona el monte, esta vez se llama “el monte del testimonio” y se nos dice que está “a los lados del Norte”. Es interesante notar que el monte de Sión se halla “a los lados del Norte” (Salmo 48:2). No cabe la menor duda de que se trata del mismo lugar. De hecho, tradiciones judías dicen que si se trazara una línea recta desde el templo de Jerusalén hacia arriba, esta llegaría al trono de Dios. El monte de Sión, sobre el cual está Jerusalén, simboliza “el santo monte de Dios”, desde cual Dios gobierna todo.

El Arcángel Miguel

En Isaías 14:14 encontramos las intenciones finales de Satanás: “Sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo”. Esta frase “semejante al Altísimo” nos da una idea de que causó el pecado en Lucifer. La Biblia reconoce sólo un arcángel, y lo llama Miguel (Daniel 12:1 y Judas 9). Arcángel significa “cabeza o director de los ángeles” y el nombre “Miguel” significa “quien es como Dios”, frase similar a “semejante al Altísimo”. Miguel es Cristo. Antes de humanarse, Cristo era “el ángel de Jehová”. Él tomó una forma angelical para relacionarse con los ángeles. Para ellos Él era su caudillo. Pero Lucifer codició el lugar de Cristo. Él veía como Miguel se sentaba al lado del Padre y participaba de todas las decisiones de la Divinidad. Satán se preguntaba por qué él no tenía los mismos privilegios si él era tan importante, tan hermoso y tan sabio.

Lucifer comenzó una pugna en el cielo. Indicaba a los ángeles que Dios era un tirano, que era injusto al regirlos por su ley. Si él fuera dios, las cosas serían distintas. Él daría libertad plena a todos los ángeles. Pronto llegó a conquistar “la tercera parte de las estrellas (ángeles) del cielo”. No podemos saber cuanto tiempo duró la intriga de este ser, pero el tiempo llegó en que ya no podía seguir en el cielo.

El color rojo del dragón simboliza pecado. Las siete cabezas representan los siete grandes imperios que han sido especiales instrumentos de Satanás. Los 10 cuernos son las diez naciones que surgieron después de la caída de Roma y que formaron la actual Europa. De las cabezas y los cuernos daremos más detalles en el próximo capítulo.

El Hijo Varón

Y ella dio a luz un hijo varón, que regiría con vara de hierro a todas las naciones, y su hijo fue arrebatado para Dios y a su trono (12:5).

La visión vuelve a la mujer y la presenta como dando a luz. El Hijo es obviamente Cristo Jesús. Esto ha hecho que algunos insistan en que la mujer es María. pero lo que indica es que la iglesia hebrea da al mundo el Salvador. Luego de su corto ministerio, Cristo murió y fue sepultado. Pero la muerte no podía enseñorearse del “autor de la vida” y al tercer día resucitó de entre los muertos. Luego de estar por 40 días con sus discípulos, Él fue llevado “a su trono”, a la diestra del Padre.

Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la mantengan por mil doscientos y sesenta días (12:6).

Ya estamos familiarizados con estos 1,260 días. Fueron los años que los dos testigos profetizaron vestidos de cilicio. ¿Qué relación tiene con esta visión? Lo veremos al llegar al verso 14, donde se nos habla del mismo tema.

Guerra en el Cielo

Después hubo batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón: y luchaban el dragón y sus ángeles, pero no prevalecieron, ni se halló ya para ellos lugar en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue  arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él (12:7-9).

En esta batalla, como en toda batalla, hay dos bandos, cada uno con su capitán. Cristo con los ángeles leales aparece luchando contra Lucifer, el querubín rebelde, con sus ángeles. Volvamos al pasaje de Ezequiel 28. “A causa de la multitud de tu contratación fuiste lleno de iniquidad, y pecaste: por lo que yo te eché del monte de Dios” (verso 16). Lucifer ansiaba reinar en “el monte del testimonio”, ahora Dios lo echa de ese lugar. Pero el enemigo no ha de cejar en su lucha. Hoy más que nunca, Satanás está luchando por la supremacía. Todos nosotros somos actores en este drama final.

El destino final de Satanás está descrito en Ezequiel 28:18: “Con la multitud de tus maldades, y con la iniquidad de tu contratación ensuciaste tu santuario: yo pues saqué fuego de en medio de ti, el cual te consumió; y te puse en ceniza sobre la tierra a los ojos de todos los que te miran.” El enemigo al fin será destruido. Luego que cada impío, ángeles y humanos, sean destruidos, del mismo Satán saldrá fuego que lo consumirá. Pero en tanto este final llegue, él sigue con su obra de engaño. Lo importante para todos nosotros es saber que Satanás es un enemigo vencido. En la cruz, Cristo le dio el golpe de muerte. Con Cristo de nuestro lado, nada tenemos que temer. La victoria de Cristo es nuestra victoria.

Satanás fue echado del cielo junto con sus ángeles. El texto dice que Satanás fue “arrojado a la tierra”, lo cual pareciera decir que Dios lo echó a nuestro planeta, pero lo importante aquí es que para Satanás y sus ángeles “no fue hallado más lugar en el cielo.” Lucifer con su hueste de ángeles rebeldes buscó un lugar en el universo donde quedarse, pero de todos fue rechazado. Entonces el demonio puso su mira en la tierra.

Este nuestro planeta, que es el único lugar del universo donde hay pecado, enfermedad, guerra y muerte, fue una especial creación de Cristo. “Todas las cosas por él (el Verbo) fueron hechas; y sin él, nada de lo que es hecho, fue hecho” (Juan 1:3). Al crear la tierra, Cristo demostró su poder creador. Más aún, Cristo creó este planeta para hacer de él el centro del gobierno divino. Satanás sabía ese designio de Dios y se propuso tomar para sí esta tierra y hacer de ella el centro de su gobierno y de aquí esparcir su obra por todo el cosmos.

La Entrada del Pecado en el Mundo

Viéndose fuera del cielo, y rechazado de otros mundos, Lucifer se aprestó para obrar con la pareja que Dios había creado. Satanás esperó el momento preciso. Allí estaba la mujer, sola, curioseando el árbol del conocimiento, cuya fruta les fue vedada por Dios. Satanás sabía que si se presentaba a la mujer con su apariencia real ella no le hubiera aceptado tan fácilmente. Así que usó a la serpiente como su intermediaria. La serpiente era muy hermosa. Era alada y sus colores eran muy vistosos. Entre el espeso follaje, la mujer sintió una voz extraña: “Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto.” Esta pregunta requería una respuesta inmediata. La mujer abrió su boca y contestó a Satán: “Del fruto de los árboles del huerto comemos; mas del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, porque no muráis” (Génesis 3: 1-3). Establecido el coloquio, ya Satanás tenía el control. La mujer fue víctima del primer engaño.

Dios había dado este árbol a la primera pareja como una garantía de libertad. Adán y su esposa tenían dos opciones: obedecer o desobedecer. La mujer escogió la segunda opción y tuvo que sufrir las consecuencias. Jesús dijo que el diablo “es mentiroso y padre de mentiras”. Al decir a la mujer que no habrían de morir, les estaba asegurando que podían pecar y seguir viviendo. Que la muerte no existe. Que al dejar este mundo se entra en otra dimensión y se sigue viviendo eternamente. Esa mentira fue tan poderosa que aún hoy es creída por casi toda la gente. Las creencias orientalistas y espiritistas han minado hoy el mundo occidental. Es una lástima que en el mundo cristiano, la doctrina de la inmortalidad del alma es creída universalmente.

El pecado vino con toda sus secuela de miseria, pecado, dolor, guerra, enfermedad y muerte . Al ser vencidos por Satanás, Adán y Eva perdieron su lugar como regentes de la tierra. Dios permitió a Lucifer realizar su plan. Pero Dios había hecho un plan superior: el plan de salvación. Mediante este plan, un miembro de la Divinidad se habría de humanar para obrar la redención de la raza caída. El pecado de Adán no cogió a Dios por sorpresa.

En las palabras de Dios a la serpiente se encierra la primera promesa de un Redentor. “La simiente” de la mujer cumpliría el plan de Dios y la raza humana habría de ser restaurada. El texto, además, asegura la destrucción del diablo. La simiente de Satanás será finalmente herida en la cabeza, lo cual es muerte asegurada.

¿Dónde vive Satanás con sus huestes malignas? La teología popular lo ubica en un lugar de llamas que han bautizado con el nombre de infierno. Con un tridente en su mano, el diablo se pasa hiriendo a las almas de los malos que se retuercen en medio del fuego. Esta doctrina medieval es creída por muchos. Pero la Escritura nos dice dónde es la residencia de Satán y los ángeles caídos. Pablo nos dice: “Porque no tenemos lucha contra sangre y (seres humanos); sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires” (Efesios 6:12). Satán es también llamado “príncipe de la potestad del aire”. Y es que es ahí donde él vive, en los aires. Una red de demonios rodea nuestro planeta.

En el libro de Job se nos habla de una reunión, la cual parece que se celebra de vez en cuando en el cielo, donde están ante Dios representantes de los mundos habitados. Siendo que Adán pecó, es Satanás el que se presenta en estas reuniones como representante de nuestro planeta. A la pregunta de Dios: “De dónde vienes, Satán”, el enemigo contesta: “De rodear la tierra y andar por ella” (Job 1:6,7).

Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el cual los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte (12:10,11).

La caída de Lucifer tenemos que verla en tres faces. La primera fue cuando la tierra fue creada y cayeron nuestros primeros padres. La segunda, después que Cristo ascendió al cielo, cuando Satanás perdió el lugar que le había quitado a Adán como regente de la tierra. Ahora Cristo es el legítimo representante de la tierra, no sólo porque la creó, sino porque, además, la redimió con su sangre. Aún falta la final caída, la cual veremos un poco más adelante. Los versos 10 y 11 se refieren a la segunda caída. Nada más claro para ver la obra de Satán como acusador que en el libro de Job. A pesar de la justicia del patriarca, el diablo lo acusaba delante de Dios de que era un hipócrita, que le servía por los bienes que le había concedido. Aunque ya no puede representar a la tierra en los concilios del cielo, Satanás aún nos acusa, pero ante el Padre tenemos a nuestro Abogado Cristo Jesús. Con semejante abogado, nada tenemos que temer.

La Tercera Caída de Lucifer

Por lo cual alejaos cielos y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar, porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo (12:12).

Siendo que Lucifer está confinado a la tierra, sin poder ir a otro lugar en el universo, hay gozo en el cielo. Pero la tierra tiene que sufrir la presencia del diablo, hasta que llegue el tiempo de la restauración y la destrucción del enemigo.

Vimos las dos primeras caídas de Lucifer. Este texto habla especialmente de su final caída. Cuando termine la obra mediadora de Cristo en el santuario celestial y el Espíritu Santo termine su obra intercesora y se retire de nuestro planeta, entonces el diablo descenderá de las regiones celestes donde tiene su habitación para consumar su obra de engaño. El pueblo de Dios estará especialmente protegido en el tiempo de angustia, mientras los impíos reciban las siete plagas postreras. En el capítulo “Las Siete Plagas Postreras” daremos más detalles de el fin del conflicto.

Huida de la Mujer

Y cuando vio el dragón que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón. Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volase de delante de la serpiente a su lugar, donde es sustentada por un tiempo, y tiempos y la mitad de un tiempo (12:13,14).

El chasco de Satanás al no poder destruir a Cristo, le indujo a volverse contra la iglesia. Primeramente el diablo usó a los Judíos. Los líderes de los Fariseos y Saduceos arremetieron contra los discípulos. Luego del martirio de Esteban y de la conversión de Saulo de Tarso, la iglesia creció y el diablo usó a Roma pagana para raer de la tierra a la iglesia de Jesucristo. Pero la persecución hizo que el pueblo de Dios creciera aún más.

La persecución de parte de Roma duró tres siglos. En el 313 Constantino concedió libertad a los cristianos mediante el edicto de Milán. El emperador favoreció a la iglesia, que estaba comenzando a contaminarse con el paganismo. Los paganos entraron de lleno a la iglesia y la idolatría, así como costumbres y prácticas ajenas a las enseñanzas de Cristo minaron la iglesia.

El colmo de todo este desbarajuste llegó cuando el obispo de Roma fue elevado sobre los otros de la iglesia en el año 538. El emperador Justiniano pasó por alto al obispo de Constantinopla y nombró al de Roma como el principal sobre todos los otros obispados. Los que no estuvieron de acuerdo con los dogmas de la iglesia y con el papado eran perseguidos y matados. Ahora la persecución no venía de parte de los paganos, sino que eran los cristianos mundanos contra los fieles de Cristo.

Durante la Edad Media el papa ejercía un poder férreo sobre todo gobierno establecido. La iglesia creó un tribunal para enjuiciar a todo el que no estuviera de acuerdo con sus postulados. Estos cristianos disidentes eran llamados herejes. El edicto de Justiniano del 538 dio el título de “cabeza de las iglesias y corrector de los herejes” al obispo de Roma. Y el romanismo ejerció muy bien el poder otorgado.

El tribunal eclesiástico era llamado “La Santa Inquisición”. Millones murieron por su fe. Pero el poder absoluto del papa fue cortado por Napoleón en el 1798. El papa Pío VI fue apresado y conducido a Francia. El papado fue abolido, aunque, según veremos en el próximo capítulo, habría de ser restaurado.

Desde el 538, los verdaderos cristianos tuvieron que emigrar a los lugares apartados para mantener viva la llama de la fe y la verdad. Esto es lo que llamamos “La Iglesia del Desierto”. El texto que estamos considerando dice que la iglesia huiría por “tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo”. El verso 6, donde primeramente se habla de la huida de la mujer al desierto, dice que sería por 1,260 días. Contando que el año judío tiene 360 días, entonces tiempo es un año, tiempos son dos años o 720 días y medio tiempo es medio año o 180 días. Sumando todo llegamos a 1,260 días, los cuales representan años, y es el tiempo de la huida de la iglesia a lugares desiertos. Si añadimos los 1,260 años al 538, llegamos al 1798, que fue el año de la abolición del papado por el imperio de Napoleón. Luego de ese año, veremos como la iglesia aparecerá de nuevo con gran poder, llevando el mensaje de Dios al mundo.

Los Peregrinos

Y la serpiente arrojó de su boca, tras la mujer, agua como un río, para que fuese arrastrada por el río (12.15).

El río es agua y el agua representa “pueblos y muchedumbres y naciones y lenguas” (Apocalipsis 17:15). Satanás, “la serpiente antigua”, dirigió a las naciones de Europa contra la iglesia. Era la intención del diablo acabar con todos los verdaderos siervos de Dios.

Pero la tierra ayudó a la mujer, pues la tierra abrió su boca y tragó el río que el dragón había echado de su boca (12:16).

Es interesante el símbolo de “la tierra”. Las aguas, como ya vimos, representan las naciones que persiguieron a los verdaderos cristianos, entonces la tierra tiene que ser un lugar ajeno al viejo mundo: las tierras americanas.

Los Peregrinos quisieron huir de las persecuciones en Holanda e Inglaterra y tomaron el barco “May Flower” y zarparon al nuevo mundo. Allí se establecieron y, aunque algunos murieron, lograron establecer lo que deseaban: “una iglesia sin papa y un estado sin rey”. Pronto se le unieron otros grupos como los Puritanos y los Cuáqueros y se fue gestando una gran nación: los Estados Unidos de Norteamérica.

La Iglesia Remanente

Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo (12:17).

Nuevamente el diablo se infiltró en las filas de la iglesia. Los puritanos hicieron una iglesia sin papa, pero un poder semejante imperó en las colonias americanas. El fanatismo se apoderó de ellos y se tornaron tan perseguidores como la iglesia que abandonaron. Leyes rigurosas fueron establecidas y penas de hasta la horca y la hoguera contra los disidentes se vieron en el Nuevo Mundo.

En el 1776, las colonias rompieron sus nexos con la Gran Bretaña. Los norteamericanos creyeron que esta tierra rica en recursos naturales era la “Canaán Celestial”. Pronto los cultos se hicieron formales y las más puras enseñanzas de la Biblia fueron puestas en segundo lugar. Ya nadie hablaba de la segunda venida de Cristo. La vida seguía como si esto fuera el cielo. El materialismo era la orden del día. Y en medio de esta condición penosa, Dios levantó su iglesia para dar al mundo su mensaje especial.

La última iglesia es llamada “el residuo” o “el remanente”. Es lo que queda luego de pasados casi dos milenios de Pentecostés. Dios da dos características de esta iglesia para que cada uno pueda encontrar sin equivocarse, cuál es, en medio de la confusión religiosa reinante, el pueblo que está sólidamente en la verdad.

La primera característica es que “guardan los mandamientos de Dios”. Esto es obviamente los 10 mandamientos. ¿Ha notado usted las variadas opiniones que hay respecto a los 10 mandamientos? Los católicos creen en ellos, pero su catecismo ha descuartizado la ley de Dios. Ellos no caben en el molde profético. En el protestantismo la mayoría dice que no hay que guardar los mandamientos, que ya Cristo los guardó, que el Nuevo Pacto nos libra de la observancia de estos y que la gracia es lo que impera y la ley está obsoleta. ¿Será posible que los mandamientos que Dios habló desde la cumbre del Monte Sinaí y que escribió con su dedo en las tablas de piedra ya no tengan vigencia? ¿Qué tienen de malo esos mandamientos que deben ser abolidos? ¿Acaso no tiene valor lo que dijo Cristo en el sermón del monte que no vino a abolir sino a cumplir la ley? Y, ¿Por qué Él dijo al joven rico: “si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”? ¿Acaso las palabras de Pablo no tienen valor, cuando dijo que la fe establece la ley? Y qué mas decir, si hay cientos de citas, tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento que hablan de la observancia de los mandamientos de Dios.

Ante todos esos conceptos de los que prefieren guardar “mandamientos de hombres”, el Señor cuenta con un pueblo que enseña y guarda esos mandamientos eternos de Dios: la Iglesia Adventista del Séptimo Día. No es decir que somos seres perfectos, que no cometemos pecado, pero tenemos respeto a la Palabra de Dios.

Además de guardar los mandamientos de Dios, este pueblo profético cuenta con el “testimonio de Jesucristo”. ¿Y qué es esto? El mismo Apocalipsis lo declara, “el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Apocalipsis 19:10).

El espíritu de la profecía es el medio con que Dios siempre ha usado para educar a su pueblo. Fue el Espíritu que movió los profetas a dar su testimonio y a escribir la Biblia. Fue el Espíritu el que descendió en Pentecostés y dio poder a la iglesia apostólica para presentar al mundo el Evangelio de la gracia. Fue el Espíritu que movió a los reformadores para desenmascarar los errores que predominaban en sus días. Y la iglesia en estos últimos días, ¿ha de carecer de ese Espíritu de profecía? No.

Desde los días después del chasco milerista, Dios usó a una débil mujer para reunir a su pueblo y ayudar a organizar un movimiento capaz de llevar al mundo entero el mensaje final. Esa persona fue Elena Gould Harmon. Tenía apenas 18 años cuando Dios le dio la primera visión, en diciembre del 1844. Junto a su hermana gemela Elizabeth fue visitando a los grupos de cristianos que habían esperado que Cristo viniera, pero que sufrieron la gran desilusión. Ese fue el comienzo de lo que es hoy una iglesia poderosa, abarcando al mundo entero con el mensaje de Apocalipsis 14.

En el 1846 Elena contrajo nupcias con Jaime White, un valiente ministro que provenía del milerismo. De ahí el nombre de Elena Harmon cambió por Elena G. de White. Su esposo era un ardiente obrero de la causa de Dios. Confió plenamente en las visiones de sus esposa y se dedicó a publicar sus escritos.

Elena G. de White viajó por varios países. Ayudó al establecimiento de la obra en Europa y Australia. En este último país estuvo por 7 años y de su pluma brotó su obra maestra: El Deseado de Todas las Gentes, una obra monumental sobre la vida y enseñanzas de Jesucristo. Este libro es uno de más de 60 obras literarias de esta notable autora cristiana.

A los 64 años, la señora White quedó viuda. Hasta 1915, cuando pasó al descanso, Elena se mantuvo activa viajando, predicando, enseñando y escribiendo. Frutos de su pluma fueron más de 60 libros e innumerables artículos. Hoy, aunque sus restos descansan junto a los de su esposo Jaime en el cementerio de Oak Hill en Battle Creek, Michigan, sus escritos son apreciados por la iglesia que ella vio nacer y expandirse por los cuatro puntos del cielo.

Los escritos de Elena G. de White no fueron dados para añadir a la Biblia, sino para aprender a apreciarla más. Son mensajes para la iglesia ayer y hoy y hasta que el Salvador regrese por los suyos.

Los detractores del adventismo indican que nosotros nos regimos por los escritos de la señora White. Lo primero que tenemos que aclarar es que Elena G. de White no fue la fundadora de la iglesia Adventista del Séptimo Día. Ella fue parte del grupo heterogéneo que organizó la iglesia en el 1860. (El primer congreso general fue en el 1863.) Toda doctrina que la iglesia adventista tiene está basada exclusivamente en la Biblia. Apreciamos los libros de la hermana White, los leemos y los consideramos un hermoso regalo de Dios a la iglesia remanente, pero nuestro gran libro es la Biblia.