Sardis, Filadelfia y Laodicea

 

La quinta iglesia: Sardis

Escribe al ángel de la iglesia en SARDIS: el que tiene los siete los siete espíritus de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto (3:1).

Sardis significa “Canto de gozo” y representa la iglesia en tiempos de la Reforma del 1517, hasta el 1798, cuando culmina la gran profecía de tiempo de Daniel 7:25 y que varias veces se menciona en Apocalipsis.

La obra de reforma, que había sido aplastada por el poder religioso-político del Medioevo, tuvo su gran victoria con el monje alemán Martín Lutero. Por primera vez un reformador tiene el apoyo de toda una nación, representada por sus príncipes.

Lutero era monje de la orden de los Agustinos. Su vida monástica se concentraba en estudios profundos de teología y en mortificaciones del cuerpo. Su primer contacto con la Biblia fue en la biblioteca del monasterio. Aquel libro lleno de polvo asombró al monje y desde ese momento lo hizo su compañero.

En un viaje a pie que tuvo que hacer a Roma con un compañero de la orden, Lutero notó la buena vida que se daban los monjes en Roma y la pompa en que vivía el pretendido vicario de Cristo. Quiso subir de rodillas la “escala santa”, la cual se decía que fue trasladada milagrosamente al Vaticano, y al ir por la mitad se acordó de un texto bíblico que cambió el derrotero de su vida: “El justo vivirá por la fe”. Lutero razonó: “Si ya Cristo la subió por mí. ¿qué hago yo aquí? Si debo vivir por fe, ¿para qué este sacrificio?” El monje se levantó y prosiguió la subida a grandes zancadas.

De regreso a su tierra, la vida de Lutero había cambiado. Se doctoró en sagrada teología y se convirtió en profesor en la moderna universidad de Wittenberg. Su conocimiento de la Biblia hizo de su cátedra una diferente a la que estaban acostumbrados los estudiantes. Varios cursos se basaban enteramente en el Tomo Sagrado. A veces se apartaba del latín y enseñaba sus clases en alemán.

Para construir la basílica de San Pedro, el papa Julio II había ideado vender las indulgencias. Por toda Europa, los monjes dominicos fueron llevando el decreto del papa y reco-lectando dinero. El abuso llegó al colmo al insistir en que, no sólo el dinero dado sacaba las almas del purgatorio, sino que tenía el poder de perdonar los pecados pasados, presentes y futuros de los dadores. Al ver este trágico espectáculo , Lutero se molestó, y el 31 de octubre del 1517, clavó un pliego conteniendo 95 tesis en contra de la venta de las indulgencias en la puerta de la catedral de la universidad e invitó a estudiantes y profesores a discutir con él su contenido. Esto fue el comienzo de la Reforma en Alemania, que repercutió por toda Europa.

Sin la autorización de Lutero, sus tesis fueron traducidas a los idiomas de Europa y distribuidas por todo el continente. Avisado el papa de las actividades del monje rebelde, este no le dio importancia. Pero a medida que pasaba el tiempo, los líderes de la iglesia consideraron a Lutero un peligro para la unidad de la iglesia.

Varios concilios se celebraron para enjuiciar a Lutero. Grandes disputas se llevaron a cabo, una de ellas con el doctor Juan Eck, paladín del romanismo. Nada convencía a Lutero, el cual tuvo que asistir a los concilios con un salvoconducto para ser protegido, ya que había amenazas de muerte contra él. Viendo el peligro que corría el reformador, Federico, elector de Sajonia y amigo de Lutero, lo raptó con sus guardas y lo llevó aun antiguo castillo llamado “El Wartburgo”. Inquieto como era, Lutero comenzó allí la traducción de la Biblia al idioma alemán, gracias a su conocimiento de las lenguas hebrea, griega y latina.

Mientras Lutero estaba en el Wartburgo, su amigo y colaborador Felipe Melancton y otros redactaron la “Confesión de Ausburgo”, la cual fue leída ante el emperador del Sacro Imperio Romano, Carlos V, en el concilio. El emperador intentaba reconciliar a los príncipes alemanes con Roma, pero no pudo. Los príncipes protestaron ante el con-cilio, declarando que nadie, ni el emperador, podían mandar en sus conciencias y se declararon evangélicos luteranos. Esta protesta ha dado a los no-católicos el mote de “protestantes”. La “Confesión” es el primer tratado sobre libertad de conciencia.

Lutero no quería apartarse del catolicismo, pero viendo que los líderes de la iglesia se mantenían en su posición de seguir con las prácticas anti-bíblicas, rompió con Roma y organizó la nueva iglesia. El movimiento luterano no estuvo exento de errores. Lutero aprobó la matanza de los campesinos rebeldes e hizo otras cosas que no estaban bíblicamente correctas. Varias de sus doctrinas eran muy cercanas a las del romanismo. Pero no podemos olvidar su gran contribución a la comprensión del Evangelio y su lugar en la obra de reforma.

“Tienes nombre que vives y estás muerto”; este es el fin pronosticado por Cristo del movimiento de la Reforma. El “canto de gozo” de “el justo por la fe vivirá”, se convirtió en una licencia para pecar. Muchos predicadores indicaron que la gracia y la fe no nos obligaba a obedecer los mandamientos de Dios. Que “esa ley” ya fue guardada por Cristo y que el nuevo pacto nos libraba de su observancia.

Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. Acuérdate por tanto de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré a ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré a ti (3:2,3).

El sabio Salomón nos dice en Eclesiastés 12:13: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre.” La observancia de la ley de Dios nunca ha sido dada para salvar al individuo, más bien como una norma de vida para el cristiano. Pero la doctrina que pretende que el individuo salvado no tiene la obligación de guardar la ley de Dios es tan peligrosa o peor que la que hace un énfasis indebido en la observancia rigurosa de la ley para ser salvos. Las palabras de Cristo al joven rico son más que claras: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.” (Mateo 19:17) Pablo, el apóstol de los gentiles, tiene un texto que a algunos no les gusta: “…los hacedores de la ley serán justificados.” (Romanos 2:13)

Los que han aceptado la salvación de Dios a través del sacrificio de Cristo no guardan la ley para ser salvos, sino como resultado de la salvación recibida. Pero lo que enseñan algunos teólogos modernos está en contra de lo que la gracia significa. Pablo dice que el que está en Cristo es “una nueva criatura.” Lo que hace la gracia es transformar a un individuo, de un transgresor en un guardador de los preceptos divinos. La gran combinación es: “los manda- mientos y la fe de Jesús.” (Apocalipsis 14:12)

Esa actitud negativa hacia la perfecta ley de Dios (Salmo 19:7), hace que Cristo indique a Sardis: “No he hallado tus obras perfectas delante de Dios.” Dios llama a los dirigentes a recordar lo que habían “recibido y oído”. Es necesario volver a la Biblia. Buscar en ella esas verdades preciosas y abandonar los “mandamientos de hombres.”

“Vendré a ti como ladrón” es otra alusión a la segunda venida de Cristo. Él vendrá “como ladrón”, no en un “rapto secreto”, como dicen los modernos predicadores, sino que viene sin avisar. Al comentar Apocalipsis 1:7, hablamos de este tema.

Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas porque son dignos (3:4).

En el período de Sardis, a pesar de la proliferación de sectas y de las doctrinas falsas en contra de la ley de Dios, hubo sinceros cristianos. Las vestiduras blancas representan la justicia de Cristo. Al aceptar las provisiones del Evangelio recibimos ese ropaje celestial, pero es nuestro deber ineludible de mantenerlo en su blancura. Salomón nos dice: “En todo tiempo sean blancas tus vestiduras.” (Eclesiastés 9:8) Si la justificación por la fe pudiera resumirse en una palabra esta sería “dependencia”. Ni por un momento podemos dejar de mirar a Cristo, depender de su gracia.

El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias (3:5,6).

Son los vencedores los que recibirán la salvación en el reino de gloria de Cristo. Si aquí en la tierra, a pesar de las maquinaciones satánicas, mantenemos las ropas de la justicia en toda su blancura, poseeremos por siempre el ropaje celestial.

El tema de la Justificación por la fe debe ser analizado a menudo. Se debe predicar con más entusiasmo. Esta doc- trina ha de ser predicada, hasta que cada miembro de la iglesia esté familiarizada con ella. Este será el tema a estudiar aun en la eternidad.

La expresión “no borraré su nombre del libro de la vida”, indica una obra de juicio. Al aceptar a Cristo como Salvador, nuestros nombres son escritos en “el libro de la vida”. Pero eso no es garantía de salvación. En algún momento de la historia, los libros debían de ser abiertos y juzgados los casos de todos los profesos seguidores de Dios. Esta escena de juicio se presenta en el libro de Daniel 7:9-14. El momento de la apertura del juicio se halla en los capítulos 8 y 9 de Daniel, lo cual veremos en el próximo capítulo. Los victoriosos de Sardis, así como los victoriosos de todas los períodos eclesiásticos, han de pasar el escrutinio del juicio pre-advenimiento. Este acto no debe atemorizar a los cristianos, ya que contamos con el gran Abogado (1 Juan 2:1), Jesucristo. Él tomará nuestro caso y responderá por nosotros cuando nuestro nombre sea llamado.

La sexta iglesia: Filadelfia

Escribe al ángel de la iglesia en FILADELFIA: esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra, y ninguno abre: Yo conozco tus obras: He aquí he puesto ante ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre (3:7,8).

Filadelfia quiere decir “Amor Fraternal” y representa la iglesia en el período de 1798 al 1844. ¿Por qué escoger el año 1798 para el fin del período de Sardis y el comienzo de Filadelfia? En este año terminó el tiempo de la supremacía papal con el apresamiento del obispo de Roma por el general Berthier. Esta fecha tiene, como ya vimos, gran importancia para el estudio de las profecías de tiempo y se darán detalle adicionales en varios de los comentarios de otros capítulos de este libro.

Cuando esta fecha se cumplió, el mundo fue testigo de un gran despertar religioso. Sin conocerse uno al otro, predi- cadores en vario países hablaban de un mismo mensaje: el pronto regreso de Cristo. Uno de estos prominentes predicadores fue el doctor José Wolff, quien predicó exitosamente en su natal Inglaterra, en Abisinia y en otros países. Enrique Gausen predicó en Italia; Hetzepeter en Holanda, y José María Rozas, Francisco Ramos Mejía y Manuel Lacunza en varios países latinoamericanos.

Los Estados Unidos de Norteamérica tuvieron un digno representante del despertar en Guillermo Miller. Para el 1831, luego de varios años de investigación, Miller dictó su primera conferencia pública. Sus estudios lo llevaron a la conclusión de que el regreso de Cristo estaba próximo. Basado en Daniel 8:13,14, él concluyó que ese aconteci- miento se verificaría entre el 21 de marzo del l843 y el 21 de marzo del 1844. En diez años, Miller predicó unos 3,000 sermones que conmovieron a toda la nación. Muchos pastores con sus congregaciones se unieron al reformador. Más de 100,000 norteamericanos y otros miles en otros países abrazaron la fe milerista.

Hubo gran expectación cuando se acercaba la fecha de marzo del 1843. Otras fechas fueron puestas y finalmente Samuel S. Snow convenció a Miller y el resto de los creyentes que debía ser el 22 de octubre del 1844, ya que en ese día los judíos celebraban el día de la expiación. La medianoche del 22 de octubre pasó y la esperanza de los Mileristas se desvaneció. Históricamente el acontecimiento se llamó “el gran chasco”.

Los mileristas habían vendido sus propiedades, abando- nado sus trabajos y despedido de sus familiares y amigos. Algunos se habían ido a los campos a esperar la venida del Señor. Ahora tenían que enfrentar a un mundo escéptico, que se había burlado de sus creencias adventistas. El mismo Miller se excusó ante el pueblo y murió un poco más tarde sin entender su gran contribución al estudio de las profecías. Seguidores del reformador no permitieron que la luz del “mensaje del tercer ángel” llegara hasta él.

Un pequeño grupo de aquellos chasqueados se reunieron en varias ocasiones para estudiar de nuevo sus conclusiones y descubrir el error. Por más que escudriñaron, no encontraron error en los cálculos matemático-proféticos. Fue el milerista Hiram Edson que dio la clave para resolver el misterio. De camino a una reunión de estudio de la Biblia con algunos creyentes, Edson tuvo una visión donde contempló a Jesús vestido como el sumo sacerdote ante el arca del pacto. Al reunirse con sus compañeros relató su visión, y al estudiar los libros de Levítico y Hebreos, comparados con las profecías de Daniel 7,8 y 9, la razón del chasco fue aclarada. El 1844 no marcaba la segunda venida de Cristo a la tierra, sino su aparición ante “el Anciano de grande edad,” (Daniel 7:13) para el inicio del juicio pre-advenimiento. Si Cristo viene con el galardón para todos (Apocalipsis 22:12), entonces el juicio debe realizarse antes. Cada nombre escrito en el libro de la vida debe ser cotejado y ver si es digno de quedar en el libro, o, si no es un vencedor, ser borrado (Apocalipsis 3:5).

La “puerta abierta” ante la iglesia de Filadelfia es la puerta al lugar santísimo del santuario celestial, donde nuestro Sumo Pontífice está realizando la última fase de su ministerio, que es el juicio pre-advenimiento o juicio investigador. Una vez nuestro Salvador termine, Él vendrá por los suyos.

He aquí, yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten; he aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y sepan que yo te He amado (3:9).

De nuevo la palabra “Judíos” está en sentido figurado y simboliza a los verdaderos cristianos. Algunos de los que se unieron a los mileristas lo hicieron por temor, sin sentir un verdadero interés por le mensaje de urgencia presentado por los líderes del movimiento. Estos son los falsos “Judíos”. Luego del chasco, varias iglesias fueron organizadas, algunas ostentando el nombre de adventistas, por seguir creyendo en el inminente regreso de Cristo. Otros siguieron poniendo fechas para la venida del Señor, cayendo en errores tras errores. Lo importante es la contribución inmensa de Miller al movimiento evangélico en los Estados Unidos de Norteamérica.

La profecía decía que los contradictores habrían de postrarse a los pies de aquellos que con tanto fervor anunciaron el evento tan destacado en la Biblia. Postrarse a los pies de estos es reconocer que su mensaje era verdadero. El hecho que tantas iglesias hoy enseñen la segunda venida de Cristo es evidencia del cumplimiento de esta profecía del Maestro. La frase milerista: “Cristo viene pronto”, es hoy lema de muchos evangelistas y predicadores por todo el mundo. Cristo no vino el 22 de octubre del 1844, pero su promesa es hoy más inminente. Cada minuto que pasa nos acerca más a ese gran momento. El consejo de Dios es para nosotros: “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios” (Amós 4:12).

Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra (3:10).

Es tan hermoso oír de labios del Redentor palabras tan significativas: “Has guardado la palabra de mi paciencia”. En el verso 8 había dicho que el movimiento tenía “poca fuerza”, pero ahora alaba su fidelidad.

“La hora de la prueba” o “tiempo de angustia” que vendrá sobre la tierra será terrible. “Gritará allí el valiente”, escribió el profeta (Sofonías 1:14). La promesa a los vencedores es alentadora: Cristo los protegerá en la tribulación. El Salmo 91 contiene promesas fieles de Dios sobre su auxilio a los fieles en los días de la prueba. En el verso 15 el Señor asegura al cristiano fiel: “Con él estaré yo en la angustia”.

He aquí yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona (3:11).

Puesto que el día final se acerca, a la iglesia se le indica: “Retén lo que tienes”. Esto implica que las verdades desenterradas por el movimiento del despertar habrían de permanecer.

“Que ninguno tome tu corona” es un llamado a la fidelidad. Los ángeles están preparando las coronas que habrán de lucir los fieles, pero el que cae perderá su galardón y su corona la recibirá otro que sea digno. Al profesar creer en Cristo, nos convertimos en candidatos para la redención eterna, pero el juicio, comenzado en el 1844, decidirá quienes quedarán al fin como merecedores de la corona incorruptible. (El tema es explicado con más detalles en el siguiente capítulo: El Santuario.)

Al que venciere, yo le haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la Nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias (3:12,13).

La columna en el templo representa la aportación de la iglesia del despertar, sobre todo, esta última fase de este gran movimiento, a la fe cristiana. El énfasis en la segunda venida de Cristo; la doctrina del Santuario, que se formuló después del chasco, y con ella la maravillosa aportación al descifrar la profecía de tiempo de Daniel 8:13,14 y la verdad del Sábado, que se inició con una iglesia milerista, constituyen la “columna” al mensaje que dará la última iglesia de la profecía, llamada “el Remanente”. Después de la Reforma del siglo XIV, nunca hubo un movimiento tan cargado de verdades que el que sigue luego del período de Filadelfia.

La promesa de la eternidad a los victoriosos de este período tiene que ver con el “nombre nuevo” y la residencia en la Santa Ciudad, “la Nueva Jerusalén”. Esta se encuentra en el cielo, pero ha de bajar, luego del milenio, para ser la capital del reino en la tierra renovada.

La séptima iglesia: Laodicea

Escribe al ángel de la iglesia en LAODICEA: Así dice el Amén, el Testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto (3:14):

El nombre Laodicea quiere decir “Pueblo del Juicio” y representa el período del 1844 hasta la segunda venida de Cristo. Es natural que ostente este nombre, pues es la última iglesia, el pueblo remanente, que comienza con el período del juicio, luego del cumplimiento de la profecía de los 2,300 días o años de Daniel 8:13,14. Es la iglesia que proclama: “La hora del juicio ha llegado” (Apocalipsis 14: 7).

Cristo se presenta a esta iglesia con tres títulos: el “Amén”, que significa afirmación; el “Testigo fiel y verdadero”, título que corresponde admirablemente a Jesús, que representó al Padre mientras estuvo en la tierra y ahora, como nuestro Sumo Pontífice, nos representa ante el Padre. Su final título en este texto es “el principio de la creación de Dios”. Hay quienes aseguran que estas palabras indican que Cristo es un ser creado, y por lo tanto no es divino.

Pablo dice otro título de Cristo, semejante a este: “el primogénito de toda criatura”. Ambas expresiones lo que indican es que Cristo es el autor de la creación. El texto de Pablo, tomado de Colosenses 1:15, continúa diciendo: “Porque por él fueron criadas todas las cosas que están en los cielos, y que están en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue criado por él y para él. Y él es antes de todas las cosas y por él todas las cosas subsisten:” (versos 16 y 17) Nada es más elocuente para presentar a Cristo como el Hacedor de todo. Si es Creador, no puede ser criatura. Si es Creador, es Dios que merece ser adorado. Fue Pablo el que dijo también, luego de presentar la humillación de Cristo: “Por lo cual Dios también lo ensalzó a los sumo, y dióle un nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla…” (Filipenses 2:9,10)

Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero como eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca (3:15,16).

La condición de la iglesia en este período es triste: tibieza espiritual. Los laodicenses comprendieron bien las palabras del Testigo fiel. A Laodicea bajaba un arroyo que provenía de Hierápolis. La aguas salían calientes, pero al recorrer su camino hasta Laodicea se tornaban tibias. Podemos beber agua fría o caliente, pero la tibia es un vomitivo.

Son tres los estados que Cristo menciona: frío, tibio y caliente. El “caliente” es aquel que conoce lo que cree, lo comparte, es fiel a todos los requerimientos de Dios, es rico en obras de amor, pero ante todo, siente una dependencia constante en Dios. Su vista está puesta en Cristo y su vida gira en torno a Él. Este es el estado ideal.

El “frío” es el que está mal en la iglesia. Es posible que esté desanimado, pero se mantiene en la iglesia. Defiende lo que cree, pero no obra, no es ferviente. Pero lo más importante es que reconoce su estado. Es sincero para consigo mismo. Hay esperanza para este, pues en cualquier momento puede reconocer sus faltas y tornarse caliente.

El caso del tibio es sumamente peligroso. Veamos la causa de su tibieza: Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad: Y no conoces que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo (3:17).

El “tibio” conoce a plenitud las doctrinas de la iglesia. Es un gran líder. Podría ser un ministro o un prominente miembro de la congregación. Puede que ante la vista de sus hermanos y vecinos sea un ciudadano ejemplar. Pero su gran problema es que “no conoce”, no se da cuenta de su estado. Se parece exteriormente al caliente, pero la diferencia es que el tibio no siente la dependencia de Dios. Se cree sabio, pero no es sincero.

El estado de tibieza de Laodicea ha hecho que muchos miren a esta iglesia como tan corrupta que ninguno de sus miembros ha de salvarse. Pero tenemos que recordar que tanto las promesas como las amenazas de Dios son condicionales. Si no hubiera posibilidad para los laodicenses, ¿por qué Cristo se toma el trabajo de ofrecer remedios para sus males? ¿Por qué Él concede una promesa tan hermosa a “los vencedores”? Esto es una clara indicación de parte del Testigo fiel de que hay posibilidad de vencer. No temamos a ser laodicenses, pero seamos laodicenses victoriosos en Cristo.

Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas hecho rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez, y unge tus ojos con colirio, para que veas (3:18).

Cristo no dice que va a otorgar estos dones a los tibios laodicenses, Él dice que debemos comprarlos. ¿Por que comprar? Sencillamente porque tenemos que dar algo a cambio. ¿Y qué podemos nosotros dar al Maestro? Dios nos dice: “Dame hijo mío tu corazón.” Demos a Cristo nuestra voluntad, nuestro yo. Contemos con Él para todos los actos de nuestra vida. Sintamos que sin Él nada podemos hacer.

El primer regalo de Cristo es para corregir nuestra pobreza. Él dijo que somos desventurados, miserables y pobres. El oro significa la fe y el amor. Si tuviéramos esas virtudes el Señor no tendría que ofrecérnoslas. Seamos sinceros y veamos esa gran necesidad. Entre los dones del Espíritu ninguno es tan importante como el amor. Así lo declara Pablo en 1 Corintios 13. La fe es también incluida en la lista de dones.

Es imprescindible aprender a amar. En la iglesia puede que hayan hermanos que no nos agraden, pero tenemos que recordar que es posible que tengamos que compartir la eternidad con ellos. Aprendamos a tolerar a la gente con sus defectos y virtudes. El amor no puede ser fingido, sino sincero. Es el amor de Dios el que nos impulsa a amar a todos por igual. Oremos al Señor y seamos ricos en amor.

El segundo don es las ropas blancas. Estas representan la justicia por la fe en Cristo. Algunos enseñan que tenemos que buscar dentro de nosotros la capacidad para regene- rarnos. Es por eso que vemos los fakires orientales caminando sobre brasas encendidas o acostados sobre camas de clavos. Durante la semana santa en Filipinas docenas de personas se crucifican y otros se azotan hasta sangrar. En la India, cada doce años, millones se bañan en el río Ganges con el propósito de purificar sus almas. Hay quienes se visten de saco o se atan a la cintura correas gruesas con partes filosas. Los que hacen estas cosas creen que así se limpian de sus pecados.

La gran verdad bíblica es que ya Cristo realizó un sacrificio expiatorio por todos los hombres. Es inútil tratar por nosotros mismos de alcanzar la aceptación de Dios. Cristo dice: “…Nadie viene al Padre, sino por mí.” (Juan 14:6) Pedro indicó: “ Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:12) Las ropas blancas que Cristo ofrece es su propia justicia. El laodicense necesita deponer su orgullo y aceptar su desnudez de la justicia, para que Cristo lo vista con su ropaje celestial.

El último, pero no menos importante, de los regalos del Testigo fiel es el “colirio”. Los habitantes de Laodicea estaban familiarizados con este sencillo ungüento que curaba enfermedades menores de los ojos. El colirio que Cristo ofrece es el Espíritu Santo. Este don es indispensable, ya que es el único que nos ayuda a visualizar nuestra condición espiritual. Cristo está más dispuesto a dar su Espíritu a los que lo pidan que los padres a dar regalos a sus hijos. Debemos orar por un bautismo diario del Espíritu Santo. Debemos hablar más de Él, predicar más sobre Él. Como la naturaleza necesita el aire, el sol y la lluvia, así la iglesia necesita del Espíritu.

Algunos le temen a la presencia del Espíritu, porque se han confundido con el teatro burdo que se hace en algunas iglesias. Cultos alborotosos, música estridente y falsas lenguas son manifestaciones que muchos dicen ser obra del Espíritu Santo, pero está muy lejos de eso. La presencia del Espíritu es una experiencia maravillosa que cada cristiano debe poseer. La gracia del Espíritu que se nos concede hoy no rinde hasta mañana. Cada día tenemos que orar por esa presencia divina.

Laodicea

MALES
Ceguera, Desnudez,Ceguera

REMEDIOS
Oro, Ropas Blancas, Colirio

SIGNIFICADO
Fe y Amor, Justicia de Cristo, El Espíritu Santo

Yo reprendo y castigo a todos los que amo; se, pues, celoso, y arrepiéntete (3:19).

Cristo le garantiza a los laodicenses que los ama. Esto es indicio de el cuidado de Dios por esta iglesia en quien Él ha puesto su confianza y a quién le ha encomendado el mensaje más significativo que jamás se ha predicado en el mundo. Cada uno de nosotros debemos aceptar con humildad la corrección del Todopoderoso.

He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: Si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo (3:20).

El tierno cuidado de Cristo por su iglesia es maravilloso. Él está fuera, llamando a la puerta del corazón, esperando que oigamos su llamado. Esto es una prueba más de que el caso de Laodicea no está perdido. Hay la oportunidad de una reconciliación con Dios. Basta sólo oír los consejos del Redentor, aceptar sus dones preciosos y abrir de par en par la puerta de nuestro corazón a Él.

Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias (3:21,22).

Si es verdad que las amonestaciones a Laodicea son de las más duras de todo el pasaje de las iglesias apocalípticas, también es cierto que la promesa a los laodicenses victoriosos es la más hermosa y significativa de todas las demás. Sentarse con Cristo en su trono significa reinar con Él. La última generación de santos ha de ser el cuerpo gobernante del reino venidero. En el capítulo “El Sello del Dios Vivo” veremos la relación de los vencedores de Laodicea con los 144,000. Recuerde amigo: Usted, quiera o no, es parte de la iglesia de Laodicea, pues esta es la última. No habrá una octava iglesia. Laodicea es pues, la iglesia remanente en especial y el mundo cristiano en particular. El mensaje final de Dios, basado en Apocalipsis 14 y 18, ha de llegar a todos los confines de la tierra. La recepción de ese glorioso mensaje ha de decidir quienes son los vencedores, dueños de las preciosas promesas de Cristo.