Las bodas del Cordero

 

Las Bodas del Cordero

Después de estas cosas oí una gran voz de gran compañía en el cielo, que decía: Aleluya: Salvación y honra y gloria y potencia al Señor Dios nuestro. Porque sus juicios son verdaderos y justos; porque ha juzgado a la grande ramera que ha corrompido la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella. Y otra vez dijeron: Aleluya. Y su humo subió para siempre jamás. Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra, y adoraron a Dios que estaba sentado sobre el trono, diciendo: Amén: Aleluya. Y salió una voz del trono, que decía: Load a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes. Y oí como la voz de una grande compañía, y como el ruido de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: Aleluya: porque reinó el Señor nuestro Dios Todopoderoso. Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han venido las bodas del Cordero, y su esposa se ha aparejado. Y le fue dado que se vista de lino fino limpio y brillante: porque el lino fino son las justificaciones de los santos. Y él me dice: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas  palabras de Dios son verdaderas. (19:1-9).

Desde el año 1844, juntamente con la sesión del juicio pre advenimiento, se están celebrando las bodas de Cristo. Su esposa es la Jerusalén celestial, que será la capital de su reino eterno. En este pasaje, la esposa aparece vestida “de lino blanco y limpio”, lo cual representa “las justificaciones de los santos”. Otra versión traduce esto como “las acciones justas de los santos”. No hay contradicción, porque las obras de justicia que hacemos es mediante la justicia de Cristo. La razón de esta celestial vestimenta es porque la ciudad se ha de engalanar con la presencia de los justos, los que han alcanzado la victoria sobre el error y el pecado, que después de todo, es la obra de Cristo en ellos.

Tenemos que visualizar las bodas del Cordero en dos faces: la ceremonia y la recepción, así como las bodas que celebramos. La ceremonia está siendo celebrada ahora en el cielo. A esta parte nosotros no asistimos. Es el caso de la parábola de las 10 vírgenes: estas doncellas son invitadas a la “fiesta de bodas”. Ellas mismas no pueden ser la esposa e invitadas a la vez. Cuando Cristo regrese al cielo con la comitiva de salvados, habremos de participar en esa gran fiesta.

Y yo me eché a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira que no lo hagas: yo soy siervo contigo y con tus hermanos que tienen el testimonio de Jesús: adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía (19:10).

El intento de Juan de adorar al ángel fue detenido por este. Sólo Dios merece adoración. El texto vale la pena que sea estudiado por aquellos que se arrodillan ante hombres y ante imágenes dándole adoración o rindiéndole culto. Esto es crasa idolatría que es condenado por el segundo mandamiento de la ley de Dios, el cual fue eliminado en el catecismo romano.

Y vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que estaba sentado sobre él, era llamado Fiel y Verdadero, el cual con justicia juzga y pelea. Y sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno entendía sino él mismo. Y estaba vestido de una ropa teñida en sangre: y su nombre es llamado EL VERBO DE DIOS. Y los ejércitos que están en los cielos le seguían en caballos blancos, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio. Y de su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las gentes: y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor, y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES (19:11-16).

La visión es espectacular. Cristo viste de rojo, porque ha estado pisando el lagar de la ira de Dios. Como el rojo carmesí de las uvas entinta la ropa de los que pisan los lagares, la túnica de Cristo está enrojecida por la sangre de los impíos. Viene sobre un caballo blanco y todos los ángeles de la milicia celestial lo acompañan también montados en caballos blancos. Es una linda visión representando la segunda venida de Cristo.

En el cielo no hay caballos. Esto es una visión. Los caballos eran indispensables en las guerras antiguas. Tanto como son hoy los tanques de guerra. Lo que Juan vio es un gran ejército listo para el ataque en la batalla del Armagedón. El pueblo de Dios no tiene que luchar. Como el pueblo israelita escuchará la voz de su líder que dirá: “Estaos quedos y ved la salvación de Jehová” (Éxodo 14:13).

La espada que sale de la boca de Cristo es su Palabra. Ella es la que ha de juzgar a las gentes. Y vi un ángel que estaba en el sol, y clamó con gran voz, diciendo a todas las aves que volaban por medio del cielo: Venid y congregaos a la cena del gran Dios, para que comáis carnes de reyes, y de capitanes, y carnes de fuertes, y carnes de caballos, y de los que están sentados sobre ellos: y carnes de todos libres y siervos, de pequeños y de grandes. Y vi la bestia y los reyes de la tierra y sus ejércitos congregados para hacer guerra contra el que estaba sentado sobre el caballo y contra su ejército. Y la bestia fue presa, y con ella el falso profeta que había hecho las señales delante de ella, con las cuales había engañado a los que tomaron la señal de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego ardiendo en azufre. Y los otros fueron muertos con la espada que salía de la boca del que estaba sentado sobre el caballo, y todas las aves fueron hartas de las carnes de ellos (19:17-21).

El pasaje menciona otra fiesta. Esta es “la cena del gran Dios”. No es una fiesta de gozo, sino una gran tragedia. Los que hicieron caso omiso a las advertencias y amonestaciones de Dios, ahora son castigados. Todos los religiosos que creían tener la verdad, engañaron a sus feligreses y los dirigieron a perseguir a los que los amonestaban, ahora tienen que sufrir los juicios de Dios. Las plagas han menguado en gran manera a los pobladores de nuestro planeta. Pero los que sobrevivan las seis primeras plagas tendrán que pasar por la séptima.

Y el séptimo ángel derramó su copa por el aire; y salió una grande voz del templo, del trono, diciendo: Hecho es. Entonces fueron hechos relámpagos y voces y truenos; y hubo un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no fue jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra. Y la ciudad grande fue partida en tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron, y la grande Babilonia vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino del furor de su ira. Y toda isla huyó, y los montes no fueron hallados. Y cayó del cielo sobre los hombres un grande granizo como del peso de un talento: y los hombres blasfemaron de Dios por la plaga del granizo; porque su plaga fue muy grande (16:17-21).

La séptima plaga trae un gran terremoto, el más grande, el cual moverá los cimientos de la tierra, al punto de hacer desaparecer islas y caer todos los montes. Los justos nada tienen que temer, pues Dios los protegerá y, mientras las islas van desapareciendo, ellos se van levantando de la tierra “a recibir al Señor en los aires.”

Babilonia finalmente queda compuesta por tres partes: el dragón, la bestia y el falsos profeta, donde están todas las organizaciones religiosas del mundo. En la séptima plaga, cuando los impíos vean que sus causa está perdida y que aquellos que iban a destruir son los elegidos de Dios, entonces las tres partes se dividen. Los líderes religiosos recibirán la peor parte, pues los feligreses se volverán contra ellos, acusándolos de ser los causantes de sus perdición. Las armas guardadas para herir a los hijos de Dios son usadas para destruir a los ministros falsos. Las bocas que antes los alababan, ahora los maldicen. Es todo una confusión y derramamiento de sangre.

Pero a los impíos les aguarda lo peor: Contemplar la cara de Cristo al venir a la tierra y ver subir a encontrarlo en el espacio a aquellos que consideraban los enemigos de Dios. Mientras la nube viviente se eleva al cielo, los impíos que queden serán fulminados por la gloria de Cristo.