El Santuario

 

El Santuario

Siendo que en el Apocalipsis se hace mención del Santuario, sus muebles y el sacerdocio, creí necesario dedicar todo un capítulo a este singular tema. El estudio cuidadoso del Santuario y todo lo referente a él es vital para la comprensión de las profecías, tanto de Daniel, como del Apocalipsis.

El santuario (llamado también tabernáculo por estar cubierto por una tienda de campaña) era el centro del culto hebreo. Su comienzo se remonta a la salida del pueblo de la esclavitud egipcia. Fue en la falda del monte Sinaí que se erigió el primer tabernáculo.

El sistema de sacrificios se originó en el mismo huerto de Edén. Una vez hubo pecado, el hombre tenía que ofrecer una víctima para que fuera sacrificada en su lugar. Vemos en la Biblia como los antiguos patriarcas levantaban altares y hacían sacrificios. Esta obra se limitaba al padre de familia. Él debía enseñar a sus hijos la necesidad de presentar a Dios un animal, el cual casi siempre era un cordero, derramar su sangre y quemar su cuerpo. Así el ser humano se reconciliaba con Dios. Aunque nos parezca repugnante, este acto era la forma en que Dios educaba al pueblo respecto a lo que significaba el pecado y el costo del mismo: el sacrificio del Hijo de Dios. Recordemos que Cristo vino y fue sacrificado unos 4,000 años después de la creación.

Los sacrificios continuaron en la época patriarcal, hasta que Dios indicó a Moisés: “Y me han de hacer un santuario, y yo habitaré entre ellos” (Éxodo 25:8). Dios, no sólo indicó los materiales con que se construiría el santuario, sino que ordenó sus medidas exactas. “Mira”, dijo el Señor, “hazlo conforme al modelo que se te mostró en el monte” (Éxodo 25:40). Ese “modelo” es lo que Pablo llama “el verdadero tabernáculo” (Hebreos 8:2), el cual está en el cielo. Este es “el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es a saber, no de esta creación.” (Hebreos 9:11)

Los artífices del santuario fueron también escogidos por Dios. Aholiab y Bezaleel estaban a la cabeza de los constructores de esta obra. De Bezaleel dice Dios: “Mira yo he llamado por su nombre a Bezaleel… Y lo he henchido de espíritu de Dios, en sabiduría, y en inteligencia, y en ciencia, y en todo artificio, para inventar diseños, para trabajar en oro, y en plata, y en metal…” (Éxodo 31:2-4)

Al llamado de Moisés, el pueblo donó oro, plata, bronce y lino en abundancia para la construcción de lo que sería la habitación de Dios en medio de su pueblo. El santuario habría de ser construido de tal forma que pudiera armarse y desarmarse con relativa facilidad y ser trasladado a los lugares que Dios indicaría.

La Construcción del Santuario

Siguiendo la orden de Dios, Moisés se dio a la tarea de la construcción del tabernáculo. El atrio o patio era muy amplio, de unos 75 pies por 150. A cada lado habían 20 columnas de bronce con bases y capiteles de plata. Entre ellas habían cortinas de lino. A la entrada había un hermoso pabellón con unas ricas cortinas de lino y adornadas con rojo y carmesí. En él se hallaban dos muebles. El primero era el altar de los sacrificios. Era de madera recubierto de bronce y sobre él se ofrecía un cordero en la mañana y otro a la puesta del sol. Esta era lo que se llamaba “holocausto” u ofrenda del todo quemada.

Entre el altar de bronce y la entrada al santuario se hallaba la fuente de bronce o lavatorio. Esta fue construida con los espejos de bronce que las mujeres israelitas trajeron de Egipto. En esta fuente los sacerdotes se lavaban los pies y las manos antes de entrar en el recinto santo.

El santuario estaba cubierto por cuatro cortinas. La primera del interior era de lino, púrpura y carmesí, con bordados de querubines. La segunda era de pelos de cabras. La tercera de cueros de carneros teñidos de rojo. La cuarta era de pieles de tejones. El significado de la palabra hebrea para “tejones” es incierto. Algunos creen que se trataba de una especie de foca, pero nada es seguro. Lo importante es que eran pieles, de color pardo grisáceo y que eran fuertes, para resistir el clima severo de la península sinaítica. Esta última cortina le daba al tabernáculo un aspecto poco agradable. Lo importante es que la belleza del santuario estaba en su interior.

El santuario estaba dividido en dos compartimientos. El primero, llamado “lugar santo”, medía unos 17 pies de ancho por 35 de largo y 17 de alto. Al frente estaba el velo, ricamente bordado, entre cinco columnas de madera cubiertas de oro. Sus paredes eran de tablas cubiertas de oro con bases de plata. En él habían tres muebles. El primero, a la izquierda, era el candelabro de siete brazos, hecho de oro sólido, con figuras de almendras, manzanas y flores. Frente al candelero estaba la mesa de los panes. Era de oro, con una cornisa alrededor y sobre ella se colocaban dos hileras con los panes de la proposición, los cuales eran cambiados cada sábado. En el centro, y frente al velo divisor, estaba el altar del perfume. El mismo era de madera cubierta de oro y sobre él ardía el incienso diariamente.

El velo divisor estaba entre cuatro columnas de madera cubiertas de oro con capiteles y bases de plata. Este velo era muy rico, decorado con querubines y dividía el lugar santo del santísimo.

El compartimiento más importante del santuario era el lugar santísimo o “santo de los santos”, puesto que allí se manifestaba la presencia de Dios o la “santa Shekina”. Tenía forma de cubo, pues medía unos 17 pies de ancho por 17 de largo y 17 de alto. En este había sólo un mueble: el arca del pacto. Esta era una caja de madera cubierta de oro. Sobre ella estaba el propiciatorio, que era una plancha de oro sólido con una moldura alrededor. Sobre este fueron colocados dos querubines hechos de oro sólido. Con sus alas cubrían el arca y ambos miraban hacia abajo. Dentro del arca, y por orden de Dios, Moisés colocó las dos tablas conteniendo lo 10 mandamientos, indicando que esta ley es el fundamento del gobierno divino. Más tarde se puso dentro de ella la vara de Aarón que reverdeció y un recipiente con maná.

Los Servicios del Santuario

Los cultos del santuario se dividían en dos: el diario o “continuo” y el servicio anual, llamado “la fiesta de la expiación” (Levítico 23:26). En el libro de Levítico encon- tramos las diversas leyes respecto a los sacrificios. Toda persona debía acudir al tabernáculo con una ofrenda por el pecado. Si el individuo era rico, su ofrenda había de ser un becerro. Otros menos pudientes traían un cordero y los más pobres dos tórtolas o dos palominos. Lo importante es sacrificar a un animal que serviría de substituto del pecador. La persona ponía sus manos sobre la cabeza del animal, luego lo sacrificaba y con su sangre el sacerdote rociaba el santuario, demostrando que el pecado pasaba del individuo al animal y del animal al santuario. Esos pecados acumu- lados por todo el año contaminaban el santuario y era necesario un culto especial para purificarlo.

Con el sumo sacerdote oficiaban 24 sacerdotes, los cuales eran cambiados cada dos semanas. Cada sacerdote tenía una obra que realizar en el servicio del santuario. Zacarías, padre de Juan el Bautista, era “de la orden de Abías”, esto es, la orden del incienso. Algunos eran cantores, que dirigían al pueblo en las alabanzas a Dios. El mover y armar el tabernáculo era obra exclusiva de los sacerdotes. Todos ellos vivían en sus tiendas alrededor del tabernáculo.

El libro de Levítico, en el capítulo 16, se presentan todos los detalles de la festividad anual. Luego de hacer un sacrificio “por sí y por su casa”, el sumo sacerdote escogía dos machos cabríos y los presentaba frente al tabernáculo. Ambos no podían tener defectos. Luego echaba suerte sobre ellos, uno por Jehová y otro por Azazel. La razón por la cual los dos animales tenían que ser sin defectos era justamente eso: uno de ellos representaría a Cristo. Este era sacrificado y con su sangre se efectuaba la expiación.

Antes de proseguir con el interesante relato del día de la expiación, es necesario saber quién era Azazel. La versión en el idioma latín de la Biblia, realizada por Jerónimo, llamada “La Vulgata”, tradujo la palabra como “macho cabrío emisario”. Esto ha dado lugar a la teoría de que este chivo, al igual que el otro, es símbolo de Cristo. Pero la literatura judía nos dice que Azazel es “un demonio del desierto”. (Vea apéndice.)

Con la sangre del macho cabrío el sumo sacerdote entraba, por única vez en el año, al lugar santísimo. El derramaba parte de la sangre sobre el propiciatorio, y estaba un buen tiempo allí, confesando lo pecados del pueblo e implorando la misericordia divina. Mientras él estaba en el lugar santísimo, el pueblo alrededor, dirigido por los sacerdotes, hería sus pechos y confesaba sus pecados. Este día era tan solemne, que era la única fiesta donde se requería humillación (Levítico 23:26-30). Por no poder hacer obra alguna en ese día, este era llamado “sábado”.

Al terminar su obra frente al arca del pacto, el sacerdote salía y purificaba los muebles del santuario y luego, fuera del tabernáculo, confesaba los pecados ya expiados sobre la cabeza del otro macho cabrío y lo enviaba al desierto por un hombre escogido de la congregación. Sin agua ni comida animal moría al poco tiempo. Tradiciones judías dicen que era despeñado para que muriera. Este animal no podía representar a Cristo porque no era sacrificado. No expiaba el pecado, sino que cargaba con la culpa de ellos.

El tema del Santuario es poco conocido por el liderato eclesiástico de hoy. Solamente la Iglesia Adventista del Séptimo Día tiene este tema como parte de su cuerpo doctrinal.

Algunos preguntan, ¿cómo es posible que se haga una fiesta para expiar los pecados del pueblo si ya se ofrecían sacrificios de expiación en los servicios diarios? La respuesta es sencilla: Todos los sacrificios que se ofrecían eran efectivos dependiendo de lo que se realizaría el día de la expiación. He aquí la importancia de la celebración de ese día especial. Aun hoy los judíos celebran esa fiesta a la que llaman “El Día del Perdón”. En el idioma hebreo el nombre es “Yom Kippur”, lo que puede entenderse como “El Día del Juicio”.

El Simbolismo del Santuario

El santuario y sus servicios estaba cargado de simbolismos. El mismo santuario representaba a Cristo. Por fuera era poco agradable, pero por dentro era deslumbrante. El oro de las tablas y los muebles reflejaba la luz de las luminarias del candelero. Los ricos bordados de las cortinas, todo era una obra de arte. Esto simboliza la grandeza de Cristo. Él dejó su gloria celestial para venir a este oscuro mundo a convivir con una humanidad caída. Él veló su Divinidad con humanidad.

El altar de bronce representa el sacrificio de Cristo. La fuente de bronce representa la purificación que Jesús hizo por nosotros. Algunos ven en ella un símbolo del bautismo. Esta fuente o lavatorio fue construida con los espejos de bronce que las mujeres hebreas trajeron de Egipto. Es interesante que Santiago compara la ley de Dios con un espejo. La violación de los preceptos del Decálogo nos convierte en pecadores. Al acudir a Cristo, recibimos la limpieza de nuestras faltas.

El candelero representa a Cristo que es “la luz del mundo”. En Apocalipsis Cristo dice que las luminarias representan a la iglesia, a quien Él le dijo: “Vosotros sois la luz del mundo.” La mesa de los panes también representa a Cristo, que es “el pan de vida”. El altar del incienso es símbolo del sacrificio de Cristo. También Apocalipsis dice que el incienso repre- senta “las oraciones o acciones justas de los santos”.

El arca representa el trono de Dios. Dentro de ella fueron colocadas las dos tablas conteniendo los diez mandamientos. Esta santa ley es el fundamento del gobierno de Dios.

Mientras el pueblo de Israel viajaba por el desierto, el santuario era armado y desarmado a la orden de Dios. Esta orden divina era evidenciada por la nube o el fuego que se levantaban o asentaban en lugares diversos. Veamos esta interesante cita:

…Y según se alzaba la nube del tabernáculo, los hijos de Israel se partían: y en el lugar donde la nube paraba, allí alojaban los hijos de Israel. Al mandato de Jehová los hijos de Israel se partían; y al mandato de Jehová asentaban el campo todos los días que la nube estaba sobre el tabernáculo, ellos estaban quedos. Y cuando la nube se detenía sobre el tabernáculo muchos días, entonces los hijos de Israel guardaban las ordenanzas de Jehová, y no partían. Y cuando sucedía que la nube estaba sobre el tabernáculo pocos días, al dicho de Jehová alojaban, y al dicho de Jehová partían… O si dos días, o un mes, o un año, mientras la nube se detenía sobre el tabernáculo, quedándose sobre él, los hijos de Israel se estaban y no se movían: mas cuando ella se alzaba, ellos movían (Números 9:15,18-22).

Hay unas palabras que Moisés decía al moverse el Santuario, que son un cántico a Dios: “Cuando el arca se movía, Moisés decía: ¡Levántate, Jehová! ¡Que sean dispersos tus enemigos y huyan de tu presencia los que te aborrecen! Y cuando ella se detenía, decía: ¡Descansa, Jehová, entre los millares de millares de Israel.” (Números 10:35,36) El pueblo israelita tenía gran respeto por el santuario y todos sus muebles. Sólo los Levitas podían trasladar, armar y desarmar las piezas del tabernáculo.

El Santuario Celestial

Esta expresión la sacamos de las muchas veces que la epístola a los Hebreos la menciona. Veamos este texto:

Así que, la suma de lo dicho es: Tenemos tal pontífice que se sentó a la diestra del trono de la majestad en los cielos; ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que el Señor asentó y no hombre (Hebreos 8:1,2).

Cuando a Moisés se le ordenó construir el tabernáculo, estas fueron las palabras de Dios: “Y mira, y hazlos conforme a su modelo que te ha sido mostrado en el monte” (Éxodo 25:40). Por lo tanto, el Santuario que Moisés construyó era una copia del “verdadero tabernáculo” el cual está en el cielo. Este Santuario es “el más amplio y más perfecto taber- náculo, no hecho de manos, es a saber, no de esta creación” (Hebreos 9:11).

La realidad del Santuario celestial la vemos a menudo en Apocalipsis. En el capítulo 1ro. Juan ve a Cristo entre siete candeleros, que es mueble del lugar santo. En el capítulo 6 pueden verse las “almas bajo el altar”, expresión referente al altar de los sacrificios. Luego, en el capítulo 8:3,4, se menciona el altar del incienso y en el capítulo 11:19 se habla del “arca de su testamento”. El capítulo 16 y el verso 17 menciona “el templo del cielo”. El Capítulo 15:5 habla del momento en que “el templo del tabernáculo del testimonio fue abierto en el cielo”, alusión al fin del ministerio sacerdotal de Cristo.

Estando en la tierra, Cristo no ministró en el templo, donde se hallaban los muebles del Santuario. Él no era de la familia de Leví, ni descendiente de Aarón; por lo tanto no tenía derecho a ejercer el sacerdocio. Sin embargo, Pablo menciona el sacerdocio de Cristo como del “orden de Melquisedec” (Hebreos 6:20). ¿Por qué? Para ministrar en el Santuario del cielo, Cristo tenía que ser revestido de Sumo Pontífice. Como no descendía de Aarón, Dios le concede un título mayor, la descendencia de Melquisedec.

No hay un personaje más extraño e interesante que Mel- quisedec. Aparece en la Escritura de forma fugaz. Se le da el título de “Rey de Salem”, lo cual significa “Rey de paz”. Se dice de él que era “sacerdote del Dios Alto”. Abraham lo reconoce como mayor que él al darle los diezmos del despojo de la guerra y recibir de él la bendición. Es hermoso saber que el sacerdocio de Cristo viene de este linaje.

Mientras estuviera el santuario terrenal, y se llevaran a cabo en él sacrificios de animales, el Santuario celestial no estaba en vigencia. Una vez Cristo muere, y se rompe el velo del templo, comienza una nueva era, que la Biblia llama “el Nuevo Pacto”. El templo judío pierde su importancia y la vista de todo creyente es puesta en el cielo, donde Cristo, nuestro Sumo Pontífice ministra en su favor.

La unción de Jesucristo como Sumo Sacerdote del Santuario celestial se efectuó unos días después de su ascensión. El momento del derramamiento del espíritu Santo en Pentecostés fue la señal de que Cristo estaba siendo glorificado (Vea Juan 7:38,39).

Como el sumo sacerdote en el culto levítico era asistido por 24 sacerdotes, Juan ve a 24 ancianos (ministros) sirviendo con el Cordero en el Santuario del cielo. (Vea comentario de Apocalipsis 4.)

Así como el sacerdote ministraba en el servicio diario o “continuo”, Cristo estuvo ministrando en lo que equivale al lugar santo por algún tiempo. No es que Jesucristo no tuviera acceso al lugar santísimo del santuario celestial. Como Hijo de Dios y parte de la Divinidad celestial, Cristo se sentó a la diestra de Dios, el Padre. Ese lugar donde está el trono es el lugar Santísimo y le pertenece, como Soberano del universo. Pero su labor sacerdotal se limitó al lugar santo, hasta que en algún momento entraría a su obra final de expiación en el lugar Santísimo, ya como el sumo Sacerdote. ¿Nos dice la Biblia cuándo entró Cristo en la segunda fase de su ministerio? Sí. Basta con estudiar las profecías de Daniel 7,8 y 9.