Marco histórico del libro de Daniel

 

El reino de Babilonia

Babilonia fue la cuna de una de las primeras grandes civilizaciones de la historia. Se desarrolló en la región bañada por los ríos Tigris y Éufrates que forma parte del denominado Creciente Fértil.

El exilio

El pueblo de Dios había sellado su decisión final de rebeldía y las consecuencias eran inevitables, las amonestaciones y llamados a la reflexión no dieron resultado. Los profetas inspirados por Dios, aconsejaban de someterse al poder de sus invasores para subsistir, más los líderes religiosos y gobernantes influyentes en la nación resistian vanamente con el consiguiente engaño de una ayuda egipcia e influencia de los falsos profetas de alcanzar la victoria y no ser sometidos al yugo extranjero. Los resultados fueron desastrosos, varios reyes perecieron miserablemente por su obstinación, Joacín, Joaquín su hijo y el hijo de este último, Sedequías. El Señor en su misericordia previó todo esto para los fieles, hubo como en pocas oportunidades 3 grandes profetas, Jeremías con los que aún estaban en Judá, Ezequiel con los exiliados y ya estaba preparando a Daniel y sus jóvenes compañeros en la corte del imperio invasor.
Las huestes babilónicas efectuaron 3 incursiones a Judá, la primera el año 605 a.C. (Dan. 1.1-3). Segundo, al final del reinado de Joacín, 597 a.C. (2Rey. 24.5). El último, al final del reinado de Nabucodonosor, cayendo Juda y siendo destruida Jerusalén, el año 586 a.C. (2Rey. 25) Todo esto correspondía a la profecía hecha al Rey Ezequias un siglo antes, “Entonces el profeta Isaías fue a ver al rey Ezequías, y le preguntó: -¿De dónde vinieron esos hombres y qué te dijeron? Ezequías le respondió: -De lejanas tierras han venido, de Babilonia. Isaías le volvió a preguntar: -¿Qué vieron en tu casa? Ezequías respondió: -Vieron todo lo que había en mi casa. Nada quedó en mis tesoros que no les mostrara. Entonces Isaías dijo a Ezequías: -Oye esta palabra de Jehová: “Vienen días en que todo lo que está en tu casa y todo lo que tus padres han atesorado hasta hoy será llevado a Babilonia, sin quedar nada, dice Jehová. Y algunos de los hijos que salgan de ti, que hayas engendrado, los tomarán para que sean eunucos en el palacio del rey de Babilonia”. 2 Rey. 20.12-19; Isa. 39.6
“El imperio babilónico abarcaba aproximadamente un millón quinientos mil kilómetros cuadrados, en esa superficie convivían pueblos de tradiciones dispares, lenguas diferentes e intereses a veces encontrados. Antiguos asirios y sumerios, israelitas dispersados y judíos instalados por la fuera en regiones que no les eran familiares” (“En los umbrales de un futuro luminoso” página 21). “Según Herodoto, la ciudad misma de Babilonia contaba con 576 km. Cuadrados, casi el triple que el gran Buenos Aires-Argentina (sin contar sus alrededores). La inmensa urbe estaba rodeada por una doble muralla de más de cien metros de altura y mas de 28 metros de ancho, sobre estas murallas podían maniobrar carros de guerra tirados por cuatro caballos. Rodeaba la ciudad un foso ancho y profundo, revestido de ladrillos y lleno de agua habitualmente”. (“En los umbrales de un futuro luminoso” págs. 26-27”) Por sus famosos jardines colgantes, su arquitectura, etc, fue una de las maravillas del mundo antiguo.
“Cuando Daniel llegó a Babilonia siendo un joven cautivo, Nabucodonosor ya era rey. Desde entonces vio a Nabucodonosor reinar durante 43 años. De ahí que parezca enteramente natural que Daniel se refiera a él como "rey".” CBA.4:784
El sitio de Jerusalén
EN EL año noveno del reinado de Sedequías, "Nabucodonosor rey de Babilonia vino con todo su ejército contra Jerusalem" para asediar la ciudad. (2 Rey. 25.1.) Para Judá la perspectiva era desesperada. El Señor mismo declaró por medio de Ezequiel: "He aquí que estoy yo contra ti." (Eze. 21.3, V.M.) "Yo Jehová saqué mi espada de su vaina; no volverá más... Todo corazón se desleirá, y todas manos se debilitarán, y angustiaráse todo espíritu, y todas rodillas se irán en aguas." "Y derramaré sobre ti mi ira: el fuego de mi enojo haré encender sobre ti, y te entregaré en mano de hombres temerarios, artífices de destrucción." (Vers. 5-7, 31.) Los egipcios procuraron acudir en auxilio de la ciudad sitiada; y los caldeos, a fin de impedírselo, levantaron por un tiempo el sitio de la capital judía. Renació la esperanza en el corazón de Sedequías, y envió un mensajero a Jeremías, para pedirle que orase a Dios en favor de la nación hebrea.
La temible respuesta del profeta fue que los caldeos regresarían y destruirían la ciudad. El decreto había sido dado; la nación impía no podía ya evitar los juicios divinos. El Señor advirtió así a su pueblo: "No engañéis vuestras almas… Los Caldeos… no se irán. Porque aun cuando hirieseis todo el ejército de los Caldeos que pelean con vosotros, y quedasen de ellos hombres alanceados, cada uno se levantará de su tienda, y pondrán esta ciudad a fuego." (Jer. 37.9, 10.) El residuo de Judá iba a ser llevado en cautiverio, para que aprendiese por medio de la adversidad las lecciones que se había negado a aprender en circunstancias más favorables. Ya no era posible apelar de este decreto del santo Vigía.” “Durante los años finales de la apostasía de Judá, las exhortaciones de los profetas parecían tener poco efecto; y cuando los ejércitos de los caldeos vinieron por tercera y última vez para sitiar a Jerusalén, la esperanza abandonó todo corazón. Jeremías predijo la ruina completa; y porque insistía en la rendición se le arrojó finalmente a la cárcel. Pero Dios no abandonó a la desesperación completa al fiel residuo que quedaba en la ciudad.” P.R. 344 “Los ejércitos de Nabucodonosor estaban a punto de tomar por asalto los muros de Sión. Miles estaban pereciendo en la última defensa desesperada de la ciudad. Muchos otros millares estaban muriendo de hambre y enfermedad. La suerte de Jerusalén estaba ya sellada. Las torres de asedio de las fuerzas enemigas dominaban ya las murallas.” P.R.346 “Humillados ante las naciones, los que una vez habían sido reconocidos como más favorecidos del Cielo que todos los demás pueblos de la tierra iban a aprender en el destierro la lección de obediencia tan necesaria para su felicidad futura. Mientras no aprendiesen dicha lección, Dios no podía hacer por ellos todo lo que deseaba hacer. "Te castigaré con juicio, y no te talaré del todo" (Jer. 30: 11), declaró al explicar el propósito que tenía al castigarlos para su bien espiritual. Sin embargo, los que habían sido objeto de su tierno amor no quedaron desechados para siempre; y delante de todas las naciones de la tierra iba a demostrar su plan para sacar victoria de la derrota aparente, su plan de salvar más bien que de destruir.” P.R 350
Daniel y sus compañeros en la escuela real (1.3-7)
“ENTRE los hijos de Israel que fueron llevados a Babilonia al principio de los setenta años de cautiverio, se contaban patriotas cristianos, hombres que eran tan fieles a los buenos principios como el acero, que no serían corrompidos por el egoísmo, sino que honrarían a Dios aun cuando lo perdiesen todo... Y así lo hicieron. Honraron a Dios en la prosperidad y en la adversidad; y Dios los honró a ellos.
El hecho de que esos adoradores de Jehová estuviesen cautivos en Babilonia y de que los vasos de la casa de Dios se hallaran en el templo de los dioses babilónicos, era mencionado jactanciosamente por los vencedores como evidencia de que su religión y sus costumbres eran superiores a la religión y las costumbres de los hebreos. Sin embargo, mediante las mismas humillaciones que había acarreado la forma en que Israel se había desviado de él, Dios dio a Babilonia evidencia de su supremacía, de la santidad de sus requerimientos y de los seguros resultados que produce la obediencia. Y dio este testimonio de la única manera que podía ser dado, por medio de los que le eran leales. Entre los que mantenían su fidelidad a Dios, se contaban Daniel y sus tres compañeros, ilustres ejemplos de lo que pueden llegar a ser los hombres que se unen con el Dios de sabiduría y poder. Desde la comparativa sencillez de su hogar judío, estos jóvenes del linaje real fueron llevados a la más magnífica de las ciudades, y a la corte del mayor monarca del mundo. Nabucodonosor ordenó "a Aspenaz, príncipe de sus eunucos, que trajese de los hijos de Israel, del linaje real de los príncipes, muchachos en quienes no hubiese tacha alguna, y de buen parecer, y enseñados en toda sabiduría, y sabios en ciencia, y de buen entendimiento, e idóneos para estar en el palacio del rey. . . .
"Y fueron entre ellos, de los hijos de Judá, Daniel, Ananías, Misael y Azarías." Viendo en estos jóvenes una promesa de capacidad notable, Nabucodonosor resolvió que se los educase para que pudiesen ocupar puestos importantes en su reino. A fin de que quedasen plenamente capacitados para su carrera, ordenó que aprendiesen el idioma de los caldeos, y que durante tres años se les concediesen las ventajas educativas que tenían los príncipes del reino.
Los nombres de Daniel y sus compañeros fueron cambiados por otros que conmemoraban divinidades caldeas. Los padres hebreos solían dar a sus hijos nombres que tenían gran significado. Con frecuencia expresaban en ellos los rasgos de carácter que deseaban ver desarrollarse en sus hijos. El príncipe encargado de los jóvenes cautivos "puso a Daniel, Beltsasar; y a Ananías, Sadrach; y a Misael, Mesach; y a Azarías, Abed-nego." El rey no obligó a los jóvenes hebreos a que renunciasen a su fe para hacerse idólatras, sino que esperaba obtener esto gradualmente. Dándoles nombres que expresaban sentimientos de idolatría, poniéndolos en trato íntimo con costumbres idólatras y bajo la influencia de ritos seductores del culto pagano, esperaba inducirlos a renunciar a la religión de su nación, y a participar en el culto babilónico. (P. R. 353) Nabucodonosor como gobernante e inteligente, tuvo un plan estratégico de colocar a personas de su misma nacionalidad y raza frente a los pueblos sometidos por el poderío babilónico, aunque con la filosofía y cultura del imperio invasor, porque imponerles la presencia de un extranjero (babilonios) para gobernarlos, verían pronto levantamientos, rebeliones y revoluciones continuas. Buscó selectivamente a los mejores de cada reino o nación sometida, invirtió en ellos con la preparación cultural, científica y religiosa que contaban para lograr sus fines.