Marco histórico


El libro de Daniel contiene (1) un registro de ciertos incidentes históricos de la vida de Daniel y de sus tres amigos, judíos deportados que estaban al servicio del gobierno de Babilonia, y (2) el registro de un sueño profético del rey Nabucodonosor, interpretado por Daniel, juntamente con el registro de visiones recibidas por el profeta mismo. Aunque el libro fue escrito en Babilonia durante el cautiverio y poco después de él, no tenía el propósito de proporcionar una historia del destierro de los judíos ni una biografía de Daniel. El libro relata las vicisitudes principales de la vida del estadista-profeta y de sus compañeros, y fue compilado con fines específicos.
Ante todo Daniel presenta una breve información acerca de la razón por la cual él se hallaba al servicio del rey de Babilonia (cap. 1). Después de haber sido llevados a Babilonia en el primer cautiverio en el año 605 a. C., durante la primera campaña del rey Nabucodonosor contra Siria, Daniel y otros príncipes de sangre real fueron escogidos para ser preparados para el servicio gubernamental. Los primeros 19 años de la estada de Daniel en Babilonia fueron los últimos años de la existencia del reino de Judá, aunque estaba subyugado por Babilonia. La inútil política antibabilónica de los últimos reyes de Judá atrajo catástrofe tras catástrofe sobre la nación judía.
El rey Joacim, durante cuyo reinado Daniel había sido llevado cautivo, permaneció leal a Babilonia durante algunos años. Sin embargo, más adelante cedió a la política del partido proegipcio de Judá, y se rebeló. Como resultado, el país sufrió invasiones militares; sus ciudadanos perdieron la libertad y fueron llevados al cautiverio, y el rey perdió la vida. Joaquín, su hijo y sucesor, después de un breve reinado de sólo tres meses, vio volver a los ejércitos babilonios para castigar la deslealtad de los judíos. El, junto con miles de los principales ciudadanos de Judá, fue llevado cautivo en el año 597 a. C. Su sucesor, Sedequías, evidentemente trató de permanecer leal a
Babilonia. Sin embargo, debido a su debilidad y vacilación no pudo resistir durante mucho tiempo las propuestas de Egipto y los sentimientos antibabilónicos de sus principales consejeros. Como resultado de esto, Nabucodonosor cansado ya de las repetidas revueltas de Palestina, decidió acabar con el reino de Judá. Durante dos años y medio los ejércitos de Babilonia asolaron la tierra de Judá, tomaron y destruyeron las ciudades, incluso Jerusalén con su templo y sus palacios, y llevaron cautivos a la mayoría de los habitantes de Judá en el año 586 a. C.
Daniel estuvo en Babilonia durante esos días agitados. Sin duda vio los ejércitos babilonios que se ponían en marcha para llevar a cabo sus campañas contra Judea y fue testigo de su regreso victorioso y de la llegada de los cautivos judíos. Entre los cautivos estuvo el joven rey Joaquín con su familia (2 Rey. 24: 10-16), y más tarde el rey Sedequías, a quien habían sacado los ojos (2 Rey. 25: 7). Durante esos años Daniel debe haber estado enterado de la agitación política que había entre los judíos deportados, la que hizo que el rey mandara quemar vivos a algunos de los principales instigadores. Fue esta agitación la que impulsó a Jeremías a enviar una carta a sus compatriotas exiliados en la que los instaba a llevar una vida sosegada y tranquila en Babilonia (Jer. 29).
Durante esos años Daniel y sus tres amigos cumplieron lealmente y sin alardes sus deberes como funcionarios del rey y súbditos del reino. Después de su esmerada instrucción, llegaron a ser miembros de un grupo selecto llamado los sabios, los que servían al rey como consejeros. Fue entonces cuando Daniel tuvo excepcional oportunidad de explicar a Nabucodonosor el sueño de los imperios futuros (Dan. 2). Como resultado Daniel fue nombrado para un cargo sumamente importante, que al parecer retuvo durante muchos años. Ese cargo le dio la oportunidad de hacer que el rey conociera el poder del Dios del cielo y de la tierra, a quien servían Daniel y sus amigos. No se sabe cuánto tiempo permaneció Daniel en ese importante cargo. Al parecer lo perdió antes del año 570 a. C. ya que su nombre no se encuentra en el "Almanaque de la Corte y el Estado", escrito en cuneiforme, que contiene la lista de los principales funcionarios del gobierno de Nabucodonosor en ese tiempo. No existen otros "Almanaques de la Corte y el Estado" que sean del tiempo del reinado de Nabucodonosor. En verdad, no se menciona a Daniel en ningún documento extrabíblico de la época.
La ausencia del nombre de Daniel en este documento no es extraña, ya que no sabemos cuánto tiempo permaneció Daniel desempeñando un cargo público. Sólo se registran en el libro de Daniel cuatro acontecimientos principales del reinado de Nabucodonosor, y en tres de ellos figura Daniel: (1) La educación de los príncipes judíos durante los tres primeros años de su reinado, lo que incluye el año ascensional (cap. 1). (2) La interpretación del sueño de Nabucodonosor en el segundo año del reinado del monarca (cap. 2). (3) La dedicación de la imagen en la llanura de Dura y la liberación extraordinaria de los amigos de Daniel, en un año no especificado (cap. 3). (4) La interpretación del sueño de Nabucodonosor hecha por Daniel, quien anunció que el rey perdería la razón durante siete años, lo que probablemente ocurrió durante los últimos años del monarca (cap. 4).
No se sabe nada de las actividades de Daniel durante los años cuando Nabucodonosor estuvo incapacitado. Tampoco sabemos lo que hizo Daniel después de que el rey recobró sus facultades y su trono, o si prestó servicios durante los reinados de los reyes posteriores: Amel-Marduk (Evil- Merodac en la Biblia), Nergal-sar-usur, Labasi-Marduk, y Nabonido. Sin embargo, se le permitió ver la decadencia moral y la corrupción del poderoso imperio de Nabucodonosor, gobernado por reyes que habían asesinado a sus predecesores. Daniel también debe haber observado con sumo interés el rápido encumbramiento del rey Ciro de Persia en el oriente, ya que un varón de ese nombre había sido mencionado en la profecía como libertador de Israel (Isa. 44: 28; 45: 1). Es también posible que en el año 553 a. C. (el año en que probablemente Ciro se adueñó del imperio de los medos) Daniel viera a Nabonido nombrar a su hijo
Belsasar como rey de Babilonia mientras Nabonido mismo iba a la conquista de Tema, en Arabia. Fue durante los tres primeros años del reinado de Belsasar cuando Daniel recibió grandes visiones (cap. 7-8), y el hombre que hasta entonces había sido conocido sólo como intérprete de sueños y visiones se transformó en uno de los grandes profetas de todos los tiempos.
Los babilonios pidieron nuevamente los servicios de Daniel durante la noche de la caída de Babilonia en el año 539 a. C., para que leyera e interpretara la escritura fatal en el muro de la sala de banquetes de Belsasar. Después de que los persas se adueñaron de Babilonia y de su imperio, los nuevos gobernadores aprovecharon de los talentos y de la experiencia del anciano estadista de la generación pasada. Otra vez Daniel llegó a ser el principal consejero de la corona. Quizá fue él quien mostró al rey las profecías de Isaías (ver PR 408), las cuales influyeron sobre el monarca persa para que promulgara el decreto que terminaba con el destierro de los judíos y les daba nuevamente una patria y un templo. Durante esta última parte de la actuación pública de Daniel hubo un atentado contra su vida promovido por sus colegas envidiosos, pero el Señor intervino maravillosamente y liberó a su siervo (cap. 6). Además recibió otras visiones importantes durante estos últimos años de su vida, primero durante el reinado de Darío el Medo (cap. 9; ver la Nota Adicional del cap. 6) y después durante el de Ciro (cap. 10-12).
En cualquier estudio del libro de Daniel hay dos asuntos que requieren un examen cuidadoso:
a. La historicidad de Daniel. Desde que el filósofo neoplatónico Porfirio realizó los primeros grandes ataques contra la historicidad de Daniel (233-c. 304 d. C.), este libro ha estado expuesto a los embates de los críticos, al principio sólo de vez en cuando, pero durante los dos últimos siglos el ataque ha sido constante. Por eso muchísimos eruditos cristianos de hoy consideran que el libro de Daniel es obra de un autor anónimo que vivió en el siglo II a. C., más o menos en el tiempo de la revolución macabea.
Estos eruditos dan dos razones principales para ubicar el libro de Daniel en ese siglo: (1) Siendo que entienden que algunas profecías se refieren a Antíoco IV Epífanes (175-c. 163 a. C.), y que la mayor parte de las profecías -por lo menos de aquéllas cuyo cumplimiento ha sido demostrado- habrían sido escritas después de ocurridos los acontecimientos descritos, las profecías de Daniel deben ubicarse con posterioridad al reinado de Antíoco IV. (2) Siendo que según sus argumentos, las secciones históricas de Daniel contienen el registro de ciertos sucesos que no concuerdan con los hechos históricos conocidos de acuerdo con los documentos disponibles, estas diferencias pueden explicarse si suponemos que el autor estaba tan alejado de dichos acontecimientos, tanto en el espacio como en el tiempo, que sólo poseía un conocimiento limitado de lo que había ocurrido 400 años antes, en los siglos VII y VI a. C.
El primero de los dos argumentos no tiene validez para quien cree que los inspirados profetas de antaño realmente hacían predicciones precisas en cuanto al curso de la historia. El segundo argumento merece una mayor atención por la seriedad de la afirmación de que Daniel contiene errores históricos, anacronismos y conceptos errados. Por eso presentamos aquí un breve estudio acerca de la validez histórica del libro de Daniel.
Es verdad que Daniel describe algunos acontecimientos que aún hoy no pueden ser verificados por medio de los documentos de que disponemos. Uno de esos acontecimientos es la locura de Nabucodonosor, que no se menciona en ningún registro babilónico que exista hoy. La ausencia de comprobación de una incapacidad temporaria del más grande rey del Imperio Neobabilónico no es un fenómeno extraño en un tiempo cuando los registros reales sólo contenían narraciones dignas de alabanza (ver com. Dan. 4:36). Darío el Medo, cuyo verdadero lugar en la historia no ha sido establecido por fuentes fidedignas ajenas a la Biblia, es también un enigma histórico. Se encuentran insinuaciones en cuanto a su identidad en los escritos de algunos autores griegos y en información fragmentaria de fuentes cuneiformes (ver Nota Adicional del cap. 6).
Las otras supuestas dificultades históricas que confundían a los comentaristas conservadores de Daniel hace cien años, han sido resueltas por el aumento del conocimiento histórico que nos ha proporcionado la arqueología. Mencionaremos a continuación algunos de estos problemas más importantes que ya han sido resueltos:
1. La supuesta discrepancia cronológica entre Dan. 1: 1 y Jer. 25: 1. Jeremías, que según el criterio general de los eruditos es una fuente histórica digna de confianza, sincroniza el 4.º año de Joacim de Judá con el 1er año de
Nabucodonosor de Babilonia. Sin embargo, Daniel habla de que la primera conquista de Jerusalén efectuada por Nabucodonosor ocurrió en el 3er año de Joacim, con lo que indudablemente afirma que el 1er año de Nabucodonosor coincide con el 3er año de Joacim. Antes del descubrimiento de registros de esa época que revelan los varios sistemas de computar los años de reinado de los antiguos monarcas, los comentaristas tenían dificultad para explicar esta aparente discrepancia. Trataban de resolver el problema suponiendo una corregencia de Nabucodonosor con su padre Nabopolasar (PP. 93-94) o presuponiendo que Jeremías y Daniel ubicaban los acontecimientos según diferentes sistemas de cómputo: Jeremías según el sistema judío y Daniel según el babilónico. Ambas explicaciones ya no son válidas.
Se ha resuelto la dificultad al descubrir que los reyes babilonios, como los de Judá de ese tiempo, contaban los años de sus reinados según el método del "año de ascensión" (ver t. II, p. 141). El año en el cual un rey babilonio ascendía al trono no se contaba oficialmente como su 1er año, sino sólo como el año cuando subía al trono, y su 1er año, es decir su 1er año calendario completo, no comenzaba hasta el próximo día de año nuevo, cuando, en una ceremonia religiosa, tomaba las manos del Dios babilónico Bel.
También sabemos por Josefo y por la Crónica Babilónica (documento que narra los acontecimientos de los once primeros años de Nabucodonosor, descubierto en 1956) que Nabucodonosor estaba empeñado en una campaña militar en Palestina contra Egipto cuando su padre murió y él tomó el trono (t. II PP. 97-98, 164-165; t. III, PP. 93-94). Por lo tanto, Daniel y Jeremías concuerdan completamente. Jeremías sincronizó el 1er año del reinado de
Nabucodonosor con el 4.º año de Joacim, mientras que Daniel fue tomado cautivo en el año cuando subió al trono Nabucodonosor, año que él identifica como el 3.º de Joacim.
2. Nabucodonosor como gran constructor de Babilonia. De acuerdo con los historiadores griegos, Nabucodonosor desempeñó un papel insignificante en la historia antigua. Nunca se refieren a él como a un gran constructor o como el creador de una nueva y más grande Babilonia. Todo lector de las historias clásicas griegas reconocerá que se le da este honor a la reina Semíramis, a quien se le adjudica un lugar importante en la historia de Babilonia.
Sin embargo, los registros cuneiformes de esa época, descubiertos por arqueólogos durante los últimos cien años, han cambiado enteramente el cuadro presentado por los autores clásicos y han confirmado el relato del libro de
Daniel que atribuye a Nabucodonosor la construcción en verdad reconstrucción- de "esta gran Babilonia" (cap. 4:30). Se ha descubierto ahora que Semíramis -llamada Sammu-ramat en las inscripciones cuneiformes- era reina madre en
Asiria, regente de su hijo menor de edad Adad-nirari III (810-782 a. C.), y no reina de Babilonia como afirmaban las fuentes clásicas. Ias inscripciones han mostrado que ella no tuvo nada que ver con la construcción de Babilonia. Por otro lado, numerosas inscripciones de Nabucodonosor que han quedado en las construcciones prueban que él fue el creador de una nueva Babilonia, pues reedificó los palacios, templos y la torre-templo de la ciudad, y añadió nuevos edificios y fortificaciones (ver Nota Adicional del cap. 4).
Puesto que esa información se había perdido completamente antes de la época helenística, ningún autor podría tenerla, salvo un neobabilónico. La presencia de tal información en el libro de Daniel es motivo de perplejidad para los eruditos críticos que no creen que el libro de Daniel fue escrito en el siglo
VI, sino en el II. Un ejemplo típico de su dilema es la siguiente afirmación de R. H. Pfeiffer, de la Universidad de Harvard: "Probablemente nunca sabremos cómo supo nuestro autor que la nueva Babilonia era creación de Nabucodonosor... como lo han probado las excavaciones" (Introduction to the Old Testament [New York, 19411, PP. 758-759).
3. Belsasar, rey de Babilonia. Ver la Nota Adicional del cap. 5 referente al asombroso relato del descubrimiento hecho por orientalistas modernos acerca de la identidad de Belsasar. El hecho de que el nombre de este rey no se hubiese encontrado en fuentes antiguas ajenas a la Biblia, mientras que Nabonido siempre aparecía como el último rey de Babilonia antes de la conquista de los persas, se usaba comúnmente como uno de los más poderosos argumentos en contra de la historicidad del libro de Daniel. Pero los descubrimientos efectuados desde mediados del siglo XIX han refutado a todos los críticos de Daniel en este respecto y han vindicado de manera impresionante el carácter fidedigno del relato histórico del profeta respecto a Belsasar.
b. Los idiomas del libro. Como Esdras (ver t. III, 322), una parte del libro de Daniel fue escrita en hebreo y otra parte en arameo. Algunos han explicado este uso de dos idiomas suponiendo que en el caso de Esdras el autor tomó documentos arameos, acompañados con sus descripciones históricas, y los incorporó a su libro, que fuera de esos pasajes estaba escrito en hebreo, el idioma nacional de su pueblo. Pero tal interpretación no se acomoda con el libro de Daniel, donde la sección aramea comienza con el cap. 2: 4 y termina con el último versículo del cap. 7.
A continuación hay una lista parcial de las muchas explicaciones que ofrecen los eruditos en cuanto a este problema, junto con algunas observaciones entre paréntesis que parecen contradecir la validez de esas explicaciones:
1. El autor escribió los relatos históricos para quienes hablaban arameo, y las profecías para los eruditos de habla hebrea. (Sin embargo, el que haya arameo en los cap. 2 y 7 -ambos contienen grandes profecías- indica que esta opinión no es correcta.)
2. Los dos idiomas muestran la existencia de dos fuentes. (Esta opinión no puede ser correcta porque el libro tiene una marcada unidad, cosa que aún algunos críticos radicales han reconocido; ver p. 771.)
3. El libro fue escrito originalmente en un idioma, ya fuera arameo o hebreo, y más tarde algunas partes fueron traducidas. (Este punto de vista deja sin contestar la pregunta en cuanto a la razón por la cual se tradujeron sólo algunas secciones al otro idioma y no todo el libro.)
4. El autor publicó el libro en dos ediciones, una en hebreo, otra en arameo, para que toda clase de gente pudiese leerlo; durante las persecuciones en el tiempo de los Macabeos, algunas partes del libro se perdieron, y las partes que se pudieron salvar de las dos ediciones fueron reunidas en un libro sin hacer cambios. (Esta idea tiene el defecto de no poder comprobarse y de basarse en demasiadas conjeturas.)
5. El autor empezó a escribir en arameo en el punto donde los caldeos se dirigieron "al rey en lengua aramea" (cap. 2: 4), y continuó en este idioma mientras escribía en ese tiempo; pero después, cuando volvió a escribir, usó el hebreo (cap. 8: 1).
La última opinión aparentemente está bien orientada porque pareciera que las diferentes secciones del libro fueron escritas en distintas ocasiones. Por el hecho de ser un culto funcionario del gobierno, Daniel hablaba y escribía en varios idiomas. Probablemente escribió algunos de los relatos históricos y algunas de las visiones en hebreo, y otras en arameo. Partiendo de esta suposición, el cap. 1 habría sido escrito en hebreo, probablemente durante el
1er año de Ciro, y los relatos de los cap. 3 al 6 en arameo en distintas ocasiones. Las visiones proféticas fueron registradas mayormente en hebreo (cap. 8-12), aunque la visión del cap. 7 fue escrita en arameo. Por otra parte, el relato del sueño de Nabucodonosor concerniente a las monarquías futuras (cap. 2) fue escrito en hebreo hasta el punto en que se cita el discurso de los caldeos (cap. 2: 4); y desde este punto hasta el fin de la narración el autor usó el arameo.
Al final de su vida, cuando Daniel reunió todos sus escritos para formar un solo libro, es posible que no hubiera considerado necesario traducir ciertas partes para dar al libro unidad lingüística, ya que sabía que la mayor parte de sus lectores entenderían los dos idiomas, hecho que resulta evidente según otras fuentes.
También se podrá notar que la existencia de dos idiomas en el libro de Daniel no puede usarse como argumento para asignar una fecha posterior al libro. Aquellos que fechan el origen de Daniel en el siglo II a. C. tienen también el problema de explicar por qué un autor hebreo del período macabeo escribió parte de un libro en hebreo y otra parte del mismo en arameo.
Si bien las peculiaridades ortográficas de las secciones arameas del libro de Daniel son parecidas a las del arameo del Asia occidental de los siglos IV y III a. C., debido posiblemente a una modernización del idioma, hay diferencias notables. La ortografía no puede decirnos mucho en cuanto a la fecha cuando se escribió el libro, así como la última revisión del texto de la RVR no puede tomarse como prueba de que la Biblia fue originalmente escrita o traducida en el siglo XX d. C. A lo sumo, las peculiaridades ortográficas pueden indicar cuándo se hicieron las últimas revisiones de la ortografía.
Entre los Rollos del Mar Muerto (ver t. I, PP. 35-38) hay varios fragmentos de Daniel que provienen del siglo 11 a. C. Por lo menos dos de ellos contienen la sección del cap. 2 donde se hace el cambio del hebreo al arameo y muestran claramente el carácter bilingüe del libro en esa fecha.