Mensaje del Juicio

 

El Mensaje del Juicio

Aunque está dentro de la profecía de las 7 trompetas, el capítulo 10 trae una visión que, aunque relacionada, debe considerarse aparte.

El Librito Abierto

Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con el arcoíris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego (10:1).

Las características de este mensajero celestial nos llevan a asociarlo con Cristo. Sólo de Él puede decirse que “su rostro era como el sol” y que “el arco celeste” estaba sobre su cabeza. Para el que tenga dudas, basta repasar en el Antiguo Testamento las muchas veces que aparece “el Ángel de Jehová” o “el Ángel del pacto”. Todas las veces se refiere a Cristo. Realmente, toda revelación y aparición de Dios en el Antiguo Testamento es Cristo. Porque Él es parte de la Divinidad y siempre representa a Dios.

Por otra parte, podemos ver en este ángel una relación con el primero de los tres ángeles de Apocalipsis 14. Y es que cuando veamos el significado de la profecía de Apocalipsis 10 notaremos las similitudes.

Tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar y el Izquierdo sobre la tierra (10:2).

El “librito” es más bien un pergamino pequeño desenrollado. El énfasis en que el librito está “abierto” es que estuvo cerrado o sellado por algún tiempo. Vemos en Daniel 12:4 que al profeta se le ordenó: “Tú empero Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin: Muchos correrán de aquí para allá y la ciencia se multiplicará.” Notemos que el libro de Daniel iba a permanecer sellado, lo que indica que no sería entendido, hasta un tiempo definido: “el tiempo del fin”. ¿Cuándo comenzó el tiempo del fin? El mismo Daniel nos da la respuesta:

Y dijo uno al varón vestido de lienzos, que estaba sobre las aguas del río ¿Cuando será el fin de estas maravillas? Y oí al varón vestido de lienzos, que estaba sobre las aguas del río, el cual alzó su diestra y su siniestra al al cielo, y juró por el Viviente de los siglos, que será por tiempo, tiempos y la mitad (Daniel 12:6,7).

Es imposible que pasemos por alto la semejanza de estos versos con la profecía de Apocalipsis 10 que estamos considerando. La única diferencia es que este ángel de Daniel 12 levanta ambas manos al cielo, mientras el de Apocalipsis 10, en el verso 5 levanta sólo la mano derecha al hacer el juramento.

El plazo concedido para que el librito, que es obviamente el de Daniel, sea abierto, o que sus visiones sean comprendidas, es de “tiempo, tiempos y la mitad”. Esta cifra profética es la que más se menciona en Daniel y Apocalipsis. Tiempo es 1 año, tiempos son 2 años y la mitad es ½ año. En el sistema de “día por año” (Ezequiel 4:6), esto equivale a 1,260 años. Aunque veremos esto más ampliamente cuando estudiemos el tema del Anticristo, tenemos que adelantar que este período de tiempo comienza en el año 538, cuando el obispo de Roma fue elevado a pontífice máximo de las iglesias, hasta el 1798, cuando el sistema papal fue abolido por Napoleón.

Entonces, tendríamos que en el año 1798 comienza el tiempo del fin y se le quita el sello al libro de Daniel. El texto de Daniel 12:4 que hemos visto, dice que “muchos correrán de aquí para allá”, expresión que denota un estudio concienzudo de los rollos de la profecía, y la frase “la ciencia se multiplicará”, tiene que ver con el aumento del conocimiento de esas importantísimas visiones del profeta Daniel.

Cristo, al referirse a las profecías de Daniel dijo: “El que lee, entienda (Mateo 24:15)”. Con tal orden del Maestro, es nuestro deber estudiar concienzudamente a este singular profeta. La profecía de Apocalipsis 10, al igual que la del capítulo 13, está ligada a los capítulos 7-12 de Daniel.

El libro de Daniel, por prácticamente toda la era cristiana, fue considerado como un libro obscuro, imposible de descifrar. Pero luego del 1798, cuando comenzó “el tiempo del fin”, hubo un gran interés en el contenido de este libro. En varios países, tanto en Europa como en América, surgieron hombres que presentaron al mundo un mensaje unísono: la proximidad de la segunda venida de Cristo. Se llama a este movimiento “el gran despertar adventista”.

En Europa podemos distinguir a José Wolff, quien predicó su mensaje del advenimiento del Señor en su natal Inglaterra, África y hasta en los Estados Unidos. También en Inglaterra predicó sobre la segunda venida Eduardo Irving. Hetzepeter predicó en los países bajos. Enrique Gausen hizo lo mismo en Italia. En América, Manuel Lacunza, sacerdote católico chileno, escribió su monumental obra La Venida de Cristo en Gloria y Majestad, bajo el seudónimo de Rabí Ben Ezra. Este libro fue difundido por toda América y Europa. También fueron heraldos del segundo advenimiento Rozas en México y Ramos Mejías en Argentina.

El hecho de que el ángel tenga su pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra es señal del alcance de su mensaje. En los tiempos bíblicos los medios de moverse eran por tierra: a caballo, camello, asnos y burros, sobre el animal o en coches tirados por ellos. También por los mares, ríos y lagos, mediante barcos de remos o velas. El movimiento del Despertar llegó a muchos países, gracias a estos medios de viajar.

William Miller

Los Estados Unidos de Norteamérica, que fue colonizada mayormente por protestantes creyentes en la Biblia, el tema de la segunda venida de Cristo no se predicaba. Los pobladores de las colonias y los estados creían que los Estados Unidos era la Canaán Celestial. Los cultos eran fríos, sin vida. Vivían una religión vacía. Fue necesario que Dios sacudiera a esta nación y lo hizo en esta época del “despertar”. La persona usada por Dios para esta obra fue William Miller. Él era un agricultor y veterano de guerra que vivía en Low Hammpton, Nueva York. No era un hombre muy religioso y se consideraba Deísta (“doctrina que reconoce un Dios como autor de la naturaleza, pero sin admitir revelación ni culto externo”. Diccionario Manual Ilustrado de la Lengua Española, Espasa Calpe, Madrid, 1950). Pero al dedicarse a estudiar la Biblia, creyó encontrar en ella la fecha para el segundo advenimiento de Cristo.

Miller estudió detenidamente en el libro de Daniel, la parte donde dice que el santuario debía ser purificado luego de 2,300 días o años. Él creía que en la era cristiana el santuario era la tierra y su purificación tenía que ver con la venida de Cristo en gloria. Si sólo él pudiera encontrar la fecha del inicio de los 2,300 días, entonces podría señalar la fecha del segundo advenimiento del Señor.

Siendo que no encontró respuesta en el capítulo 8, Miller recurrió al capítulo 9. Allí encontró la profecía de las 70 semanas y llegó a la conclusión que esta era parte de los 2,300 días. La fecha del punto de partida era la orden para “restaurar y edificar a Jerusalén”, así que Miller se dio a la tarea de buscar cuándo se efectuó el decreto para la obra y encontró que fue el año 7mo. de Artajerjes Longímano, que corresponde al año 457 AC. Con este punto de partida, el reformador continuó con la profecía de Daniel 9, hasta concluir que el evento esperado sería entre el 21 de marzo del 1843 y el 21 de marzo del 1844.

En el 1831, con un permiso de la iglesia Bautista, Miller comenzó a compartir sus hallazgos, logrando en 12 años aglutinar en su movimiento a más de 100.000 norteamericanos. Llegó incluso a traspasar los límites de América. Cuando se acercaba la fecha final, Samuel S. Snow, asociado de Miller, convenció al movimiento que la fecha exacta debía ser el 22 de octubre del 1844, puesto que en ese día los Judíos celebraban el “Yom Kippur”, o fiesta anual de las expiaciones.

Llegó la medianoche del 22 de octubre y nada pasó. Los mileristas se desilusionaron. Habían vendido sus propiedades. Se habían despedido de sus familiares y amigos. Ahora serían víctimas de la burlas de los demás. Fue un trago muy amargo para estos cristianos sinceros. Pero hay algo muy positivo en esto, que veremos más adelante. (Si desea ver con más detalles las profecías de Daniel 7,8 y 9 y, sobre todo, los 2,300 días, repase el capítulo “El Santuario”. Más detalles podrá encontrar en mi libro “El Camino del Santuario”.)

Y clamó a gran voz, como ruge un león; y cuando hubo clamado, siete truenos emitieron sus voces. Cuando los siete truenos hubieron emitido sus voces, yo iba a escribir, pero oí una voz del cielo que me decía: Sella las cosas que los siete truenos han dicho, y no las escribas (10:3,4).

Las voces de los truenos debieron ser grandes amonestaciones para el mundo, pero es inútil tratar de saber su contenido. Fueron selladas, y sólo la eternidad nos revelará su mensaje.

El Tiempo no Será Más

Y el ángel que vi en pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano al cielo, y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no será más (10:5,6).

La profecía de tiempo más larga de la Biblia se halla en Daniel 8:13,14, y nos lleva al año 1844, fecha del comienzo de la purificación del Santuario. Después de ese año, nadie puede poner otra fecha, pues el 1844 cierra las profecías de tiempo, pues ella apunta que “el tiempo no será más”. Aunque enseñamos que la venida del Señor está “a las puertas”, no tenemos autorización bíblica para decir cuando se verificará ese evento. Muchos se han levantado preten- diendo tener mensaje de Dios indicando fechas definidas para la segunda venida de Jesucristo y otros eventos proféticos. Tenemos que rechazar a esos falsos profetas y estar atentos a la Palabra del Señor. Sólo estemos listos todo el tiempo, pero no en una vigilia pasiva, sino activos en la predicación del mensaje para este tiempo y viviendo en armonía con las leyes del Cielo.

La 7ma Trompeta

Sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos profetas (10:7).

La séptima trompeta, como veremos más adelante en el tema “Los Dos Testigos”, comenzó a sonar en el 1844, cuando terminó el largo período profético de los 2,300 días o años. En ese momento la profecía anuncia que “el misterio de Dios se consumará”. Ese “misterio” que se menciona aquí es el Evangelio. Notemos las palabras de Pablo, al pedir a la iglesia de Éfeso que oraran por él “para hacer notorio el misterio del Evangelio” (Efesios 6:19).

La palabra griega para consumado es “teleo”, y según el diccionario de Strong, significa además: “terminar, completar, concluir, saldar (una deuda), llegar a un final, llenar, ir sobre, pagar y desempeñar”. A la luz de como sigue la profecía, este acto de consumar no puede significar el fin del Evangelio. Por lo tanto tenemos que buscar la palabra adecuada y esta debe ser completar o cumplir. De hecho, algunas versiones usan la palabra cumplir. Pero, ¿Cómo se ha de completar o cumplir el Evangelio?

Luego de la Reforma, surgieron diversas denominaciones y sectas evangélicas. Muchos predicadores hablaban del Evangelio como un acto de eliminación de la ley. Decían que la gracia libera al ser humano de la obediencia a los preceptos divinos. Que Cristo observó la ley en nuestro lugar y que ya no estamos obligados a seguir lo que llamaron “la vieja ley”.

Estos predicadores pasaron por alto que Cristo dijo: “…hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una jota ni un tilde perecerá de la ley”. Pero estas conclusiones son, no sólo falsas, sino peligrosas, pues anulan los mandatos expresos de Dios en su Palabra. Otros predicadores se fueron por la tangente y expresaban que la obediencia a los mandamientos traería la salvación, cosa que haría nulo el Evangelio, ya que antes de Cristo estaba la ley y el pueblo se regía por ella.

Para buscar el justo medio, luego del chasco del 1844, surgió lo que sería más tarde la Iglesia Adventista del Séptimo Día, la cual traería la opción al texto que estamos considerando. Aunque los Adventistas enseñan que hay que obedecer los diez mandamientos, incluyendo el cuarto que ordena la observancia del Sábado, no dicen que esta obra trae consigo la salvación, mas bien enseña que sólo se puede guardar la ley mediante la gracia. Que la observancia de los mandamientos es un resultado de la salvación. Eso es lo que Pablo afirma en Romanos 3:31: “Luego, ¿deshacemos la ley por la fe? No, antes establecemos la ley.” La correcta combinación es: “los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14:12).

Entonces, lo que la profecía anuncia es el surgimiento de un movimiento que pondría la ley de Dios en su lugar correcto dentro del Evangelio.

Juan "Come" el Librito

La voz que oí del cielo habló otra vez conmigo, y dijo: Ve y toma el librito que está abierto en la mano del ángel que está en pie sobre el mar y sobre la tierra. Y fui al ángel, diciéndole que me diera el librito. Y él me dijo: Toma y cómelo; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel. Y tomé el librito de la mano del ángel, y lo devoré; y era dulce e mi boca como la miel. Pero cuando lo hube devorado, amargó mi vientre (10:8-10).

El acto de comer el librito, que son las profecías de Daniel, es un simbolismo claro de comprender. Así nos dice Jeremías “: "Halláronse tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón…” (Jeremías 15:16) Como podemos ver, el acto de escudriñar la Palabra de Dios es comparado con el comer. Juan no sólo “comió” las profecías de Daniel, sino que las “devoró”. Esto bien puede compararse con la experiencia del movimiento milerista.

El estudio de las profecías de Daniel llevó a Miller a concluir que en el año 1844 se efectuaría la segunda venida de Cristo en gloria. Esta “esperanza biena-venturada” llenó de júbilo a los creyentes que se unieron a él. Fue realmente “dulce en la boca”. Los mileristas lo dejaron todo y se alistaron para la fecha indicada: la medianoche del 22 de octubre. Pero la fecha propuesta no trajo el evento esperado. El amargo del vientre representa el gran chasco de Miller y sus seguidores.

Un Nuevo Mensaje

Y me dijo: Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes (10:11).

El chasco era profético. Luego de la amargura del vientre, los creyentes debían volver a profetizar (predicar) “a muchos pueblos, gentes, lenguas y reyes”. Pero, ¿qué predicar? Ya lo hicieron con entusiasmo y fallaron.

Las profecías de tiempo no están en las Escrituras como juegos de número. Tienen significados importantes. Miller hizo bien en esclarecer el tiempo. Sólo que el evento no sucedió. ¿Cuál fue el error? Cristo dijo que “el día y la hora” de sus venida nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo”. Pero Miller fue sincero. Y ahora, ¿qué hacer? Miller se desanimó. Pidió perdón por su error. Se formó un cerco a su alrededor que nunca le permitió visualizar una posible solución al problema. Murió sin nunca saber su tremenda aportación a la interpretación profética.

Pero la orden estaba allí. Hay que volver a predicar. Pero, ¿qué predicar? El final abrupto del capítulo 10 nos lleva, como en el caso de Daniel 8, a buscar respuesta en el capítulo siguiente.

El Santuario

Y me fue dada una caña semejante a una vara, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él (11:1).

Este primer verso del capítulo 11 nos da la clave para saber que enseñar, luego de la amargura de la noche del 22 de octubre del 1844. Medir “el templo de Dios y el altar” es una orden de predicar el tema del Santuario. Aunque Miller no lo hizo, un grupo de sus seguidores continuó estudiando. Querían encontrar donde estaba el error. Se reunían en sus casas. Convocaban reuniones especiales y se daban a la tarea de escudriñar la Palabra de Dios.

Uno de los miembros del grupo, Hiram Edson, de Nueva York, fue quien dio con la respuesta. Mientras iba a una reunión en un granero, al pasar por unos maizales, le pareció ver a Jesús vestido como el sumo pontífice, frente al arca del pacto. Se apresuró en llegar donde sus compañeros y contó su experiencia. Entusiasmados, los hermanos estudiaron más profundamente sus Biblias. La epístola a los Hebreos y los libros del Éxodo y Levítico les ayudaron a entender final- mente cuál fue el evento que sucedió en la fecha del 1844.

El mismo libro de Daniel, en el capítulo 7, hubiera mostrado a Miller la verdad sobre la profecía del capítulo 8. El pasaje de los versos 9 al 14 del capítulo 7 no mostraban la venida de Cristo a la tierra, como entendía Miller, sino una obra de juicio. El “Hijo de hombre”, Jesucristo, aparece “en las nubes de los cielos”, pero no a la tierra, sino ante “el Anciano de grande edad”. Él apareció en la escena del juicio para ser el gran “Abogado” de su pueblo, el “Sumo Pontífice” del Santuario celestial.

La Ley de Dios

Además de predicar sobre el Santuario, que, después de todo es el bendito Evangelio de la gracia de Dios, la orden angelical añadía el acto de medir “a los que adoran” en el templo. Al ser humano se lo mide por de la ley de Dios. Esta es la única regla para medir el carácter. Es la norma del juicio. El grupo de mileristas lograron visualizar el lugar de la ley en el mensaje apocalíptico. Los diez mandamientos no son un medio de salvación, pero sí una regla de vida. La gracia de Dios cubre al creyente y le da la capacidad de observar los mandamientos.

El hallazgo trajo alegría sin par al grupo de chasqueados mileristas. Esto fue el génesis de un gran movimiento que habría de abarcar al mundo entero. Hoy, la Iglesia Adventista del Séptimo Día está cumpliendo la orden de ir por todo el mundo llevando el mensaje final, descrito en Apocalipsis 14.