Santuario Celestial

 

Visión del Santuario Celestial

Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo: y la primera voz que oí, como de trompeta hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas (Apocalipsis 4:1).

Al decir “después de esto”, el texto indica que lo que Juan verá y oirá habrá de suceder luego de lo que experimentó en los capítulos que anteceden. Aquellos que promueven la doctrina del “rapto” indican que el hecho que la voz diga a Juan “sube acá” representa el momento en que el señor llama a su iglesia al cielo en ocasión de la segunda venida, lo que ellos llaman “el rapto” o “arrebatamiento secreto”. Para sostener esta teoría, enseñan además que todo lo que está descrito en el resto del libro habrá de acontecer luego del rapto, cosa que es imposible, ya que las profecías de Apocalipsis no pueden tomarse con un orden cronológico. Ellos mismos usan textos de los capítulos siguientes para sostener muchas de sus interpretaciones.

Hay muchas profecías que son históricas, que van desde los comienzos de la era cristiana hasta el fin de los tiempos. Las profecías tienen su comienzo y su fin y han de tomarse separadamente, aunque varias de ellas tienen relación una con la otra. La orden de Apocalipsis 4:1 simplemente significa que Juan, que se hallaba en la isla de Patmos, es llevado al cielo, donde experimentará la serie de visiones que describe de aquí en adelante.

Y al instante yo estaba en el Espíritu, y he aquí un trono establecido en el cielo, y en el trono uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arcoíris, semejante en el aspecto a la esmeralda. Y alrededor del trono había veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas. Y del trono salían relámpagos truenos y voces; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios (Apocalipsis 4:2-5).

El profeta contempla un gran trono en el cielo. Esta es la gloria del Santuario celestial. El que está sentado sobre el trono es obviamente Dios, el Padre, pero Juan sólo contempla una forma gloriosa, que describe como “semejante a una piedra de jaspe y de cornalina”. El jaspe se menciona más bien por su gran brillantez que por su color. La cornalina produce una luz rojiza muy brillante. Lo que importa es que todo lo que Juan ve es la gloria del Dios del Universo. El arcoíris tiene aspecto a la esmeralda indicando que es de un color verde, contrastando con el rojizo de la cornalina. El arcoíris representa la unión entre la justicia y la misericordia, características esenciales de la Divinidad.

¿Quienes son estos 24 ancianos o ministros que están delante del trono?

Estos son los ayudantes de nuestro Sumo Pontífice, Cristo Jesús, en el servicio del santuario celestial.

¿Son acaso ángeles?

No. Son seres humanos.

¿Por qué?

Sus ropas blancas significan la justicia de Cristo, de la cual disfrutan todos los redimidos de Dios. Sus coronas significan que son victoriosos sobre el pecado, indicio adicional de que son seres humanos. En el capítulo 5, verso 9 los hallamos alabando al Cordero de Dios por una razón muy especial: “nos has redimido para Dios con tu sangre.” Cristo no murió para salvar a los ángeles, sino a la raza humana caída.

En el servicio del santuario terrenal el sumo sacerdote tenía 24 otros sacerdotes que ministraban con él. Estos eran substituidos cada dos semanas. Ahora Cristo, al asumir el puesto de Sacerdote Supremo, cuenta con el servicio de estos hombres que fueron redimidos por medio de su sacrificio. ¿Cómo sabemos esto? En Mateo 27:52,53 se nos dice que al morir Cristo en la cruz “se abrieron los sepulcros; y muchos cuerpos de santos que habían muerto, se levantaron.” Luego de la resurrección de Cristo, estos resucitados “vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos”. ¿Y qué pasó con estas personas? En los Evangelios no hallamos nada al respecto, pero Pablo nos da una idea de lo que sucedió con ellos. Veamos las palabras del apóstol: “Subiendo a lo alto se llevó una multitud de cautivos…” (Efesios 4:8) Aunque no es determinante, podemos conjeturar que estos que resucitaron componían esos “cautivos” que ascendieron al cielo en el mismo instante que Jesús. Ahora Juan los ve asistiendo a Jesucristo en el Santuario del cielo. Algunos intérpretes conjeturan que deben ser sacerdotes e incluyen a Juan el Bautista entre ellos, pero esto no tiene que ser así, ya que en el Nuevo Pacto, todos somos “un reino de sacerdotes”.

Las siete lámparas aquí son asociadas con “los siete Espíritus de Dios”. Como vimos en el capítulo 1:4, el Espíritu Santo es uno. Él es uno de los miembros de la Divinidad celestial. Pero como el número siete simboliza plenitud y perfección, entendemos que siete Espíritus representan la plenitud y perfección de la obra del Espíritu de Dios. Esto podemos entenderlo mejor al visualizar las otras veces que se presenta el Espíritu Santo con las palabras “el Espíritu”.

Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás. El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando. Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir (4:6-8).

Los 4 seres vivientes, llamados “animales” en la versión Reina Valera del 1909, son extraños.

Algunos ven en ellos una relación con los serafines que Isaías vio en el capítulo 6 de su libro. Son parecidos en sus 6 alas y en su alabanza a Dios, diciendo tres veces: “Santo”. Pero un estudio de la literatura hebrea nos muestra algo digno de considerar. Se trata de la formación del pueblo israelita alrededor del Santuario.

El tabernáculo era colocado en el centro y alrededor se acomodaban las doce tribus divididas en cuatro grandes grupos. Al Norte estaba la tribu de Dan, y con ella los de Aser y Neftalí, teniendo una bandera con un águila. Al Sur se hallaba la Tribu de Rubén, con Gad y Simeón, y su bandera tenía la figura de un hombre. Al Oeste se ubicó Efraim, con Manasés y Benjamín, con su enseña de un becerro. Al Este se hallaba Judá, con Isacar y Zabulón, y su bandera llevaba la figura de un león. Entonces, podemos concluir que estos seres vivientes representan al pueblo de Dios.

Los ojos son símbolo de sabiduría. El hecho que estos seres vivientes estén llenos de ojos indica su deseo de saber. Los hijos de Dios por todos los siglos se han destacado por su conocimiento de la voluntad de Dios. El Señor desea que su pueblo sea uno sabio y entendido. Bien dice el ángel a Daniel: “Pero ninguno de los impíos entenderá, pero entenderán los entendidos (Daniel 12:10)”.

Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas (Apocalipsis 4:9-11).

El capítulo 4 cierra con esta singular alabanza a Dios como el Creador y sustentador de todas las cosas. El capítulo 5 sigue en orden al 4 y es parte de la misma visión.