La nueva era

 

La inauguración de una nueva era

"Mas los otros muertos no tornaron a vivir hasta que sean cumplidos mil años...

Y cuando los mil años fueren cumplidos, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar las naciones que están sobre los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y Magog, a fin de congregarlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra y circundaron el campo de los santos y la ciudad amada: y de Dios descendió fuego del cielo, y los devoró" (Apocalipsis 20: 5 pp., 7-9)

Al final del conflicto, los habitantes de todo el universo son congregados para testificar del último encuentro entre las fuerzas en conflicto. El escenario del encuentro es el planeta tierra, para eso es necesario que se realice un nuevo traslado de los redimidos. Elena de White dice: " Al fin de los mil años, Cristo regresa otra vez a la tierra. Le acompaña la hueste de los redimidos y le sigue una comitiva de ángeles. Al descender en majestad aterradora, manda a los muertos impíos que resuciten para recibir su condenación. Se levanta un gran ejército, innumerable como la arena del mar. Qué contraste entre ellos y los que resucitaron en la primera resurrección. Los justos están revestidos de juventud y de belleza inmortal. Los impíos llevan las huellas de la enfermedad y la muerte" (CS, 720). Todos hemos de estar allí, ninguno de nosotros faltará. Es una cita ineludible. En este sentido no está en nosotros decidir si queremos estar allí o no. En cambio sí es nuestro privilegio elegir el lugar que deseamos ocupar. Unos estarán dentro de la ciudad otros congregados afuera de la ciudad.

Cristo desciende sobre el Monte de los Olivos. (Zacarías 14:4) Satanás incita a los malos recién resucitados y les anima a tomar la ciudad que desciende del cielo. Así nuevamente con sus engaños, levanta un ejército para intentar un ataque final. "Con precisión militar las columnas cerradas avanzan sobre la superficie desgarrada y escabrosa de la tierra hacia la ciudad de Dios. Por orden de Jesús, se cierran las puertas de la nueva Jerusalén, y los ejércitos de Satanás, circundan la ciudad y se preparan para el asalto" (CS, 722)

En el momento cuando se inicia el ataque a la ciudad. Jesús está dentro de ella, sentado en un trono alto y encumbrado sobre un fundamento de oro bruñido. A su derredor están los que una vez sirvieron a Satanás pero que luego siguieron a Jesús con profunda e intensa devoción, le siguen los que "perfeccionaron su carácter cristiano... los que honraron la ley de Dios cuando el mundo cristiano la declaró abolida y los millones de todas las edades que fueron martirizados por su fe. Y más allá está la ´grande muchedumbre que nadie puede contar de entre todas las naciones´ (Apocalipsis 7:9). Su lucha terminó; ganaron la victoria" (CS, 723). Al ver la malignidad y poder de Satanás comprenden como nunca antes, que solo Cristo pudo hacerlos victoriosos. No se atribuyen ningún mérito propio. Los sufrimiento y sacrificios resultan insignificantes ante la abrumadora realidad de los hechos.

Ante la arremetida del ejército enemigo y "En presencia de los habitantes del cielo y de la tierra reuni//dos se efectúa la coronación final del Hijo de Dios" (CS, 723-724). Es un acto que detiene todas las acciones y el universo entero se ve atraído a la escena. En ese momento aparece ante todos, a manera de una gran presentación multimedia los eventos relacionados con los sufrimientos de Cristo y la conducta que a través de los tiempos cada uno desempeñó como actor en el escenario del gran conflicto. Todo quedará aclarado en aquel día. Por un momento Satanás y su ejército se han detenido en su arremetida, y son movidos a reconocer la justicia de las acciones de Dios y la supremacía de Cristo. Pero el espíritu de rebelión en Satanás vuelve a estallar. Hace un último esfuerzo por reanudar el ataque y ordena a sus tropas avanzar, pero nadie le responde: "Su poder ha concluido" (CS, 730).

Los impíos reciben su recompensa en la tierra. "Del cielo desciende fuego de Dios" (Apocalipsis 20:9) Cada uno según su hechos, es castigado y la tierra es envuelta y purificada por el fuego, mientras los justos viven seguros en la ciudad santa. Hasta que desaparece todo rastro de maldición. De la triste historia de la rebelión y del pecado, "solo queda un recuerdo: nuestro Redentor llevará siempre las señales de su crucifixión. En su cabeza herida, en su costado, en sus manos y en sus pies se ven las únicas huellas de la obra cruel efectuada por el pecado" (CS,732) Y se le preguntará aquel día, qué son esas heridas en tus manos y el responderá: "con ellas fui herido en casa de mis amigos" (Zacarías 13: 6). Porque para Cristo aún los que se rebelaron y le despreciaron seguirán siendo caros a su tierno corazón. ¿Acaso no vertió lágrimas por los que se perdían y despreciaban su ofrecimiento? Como un padre amoroso, Jesús no guardar rencor, ni resentimiento hacia los hijos ingratos y rebeldes que ha perdido para siempre. Aún ellos fueron para él: amigos. ¿Acaso no lo expreso así la noche de la traición? El apóstol registra lo que allí aconteció: "Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo: al que yo besare, aquél es, prendedle. Y luego que llegó a Jesús, dijo: Salve, Maestro. Y le besó. y Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes?" (Mateo 26: 48-50 pp.)

Respecto al estado final del planeta, el apóstol Juan declara: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra han pasado" (Apocalipsis 21:1). " La tierra dada al principio al hombre para que fuera su reino,... ha sido recuperada mediante el gran plan de la redención... El propósito primitivo que tenía Dios al crear la tierra se cumple al convertirse ésta en la morada eterna de los redimidos" (CS, 733).

"En la Biblia se llama la herencia de los bienaventurados una patria. (Hebreos 11: 14-16). Allí conduce el divino Pastor a su rebaño a los manantiales de aguas vivas. El árbol de la vida da su fruto cada mes, y las hojas del árbol son para el servicio de las naciones. Allí hay corrientes que manan eternamente claras como el cristal, al lado de las cuales se mecen árboles que echan su sombra sobre los senderos preparados para los redimidos del Señor. Allí las vastas llanuras alternan con bellísimas colinas y las montañas de Dios elevan sus majestuosas cumbres. En aquellas pacíficas llanuras, al borde de aquellas corrientes vivas, es donde el pueblo de Dios que por tanto tiempo anduvo peregrino y errante, encontrará un hogar" (CS, 734). ¡Qué esperanza más gloriosa la que nos motiva a perseverar en la lucha de cada día! ¿Cómo hemos de vender nuestra eterna herencia por una satisfacción pasajera?

Allí no habrá más dolor, disfrutaremos del privilegio de la comunión directa con Dios, con intelectos inmortales contemplaremos y estudiaremos con eterno deleite las maravillas del poder creador y los misterios del amor redentor. Allí la educación tendrán su desenvolvimiento pleno. Toda facultad será desarrollada y toda capacidad aumentará, siempre con nuevas alturas a superar y nuevos desafíos que enfrentar de modo que los tesoros del universo estarán abiertos al estudio de los redimidos. "Y a medida que los años de la eternidad transcurran, traerán consigo revelaciones más ricas y aún más gloriosas respecto de Dios y de Cristo" (CS, 736).

Dios es amor, así ha sido siempre y así será por siempre. Con el fin de que el ser humano comprendiera esta gran verdad, Cristo se despojó a si mismo y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Filipenses 2:7,8). Asumió el terrible desafío de enfrentar la rebelión. Como Miguel, el gran príncipe de su pueblo ha terminado su obra victorioso. "Ya no hay pecado ni pecadores. Todo el universo está purificado. La misma pulsación de armonía y de gozo laten en toda la creación. De Aquel que todo lo creó manan vida, luz y contentamiento por toda la extensión del espacio infinito. Desde el átomo más imperceptible hasta el mundo más vasto, todas las cosas animadas e inanimadas, declaran en su belleza sin mácula y en júbilo perfecto, que Dios es amor" (CS, 737). ¿Sientes el deseo de estar allí? Si tan solo puedes creer, al que cree, todo le es posible. Persevera en la batalla de la fe. ¡echa mano de la vida eterna!

El apóstol Juan, quien contempló estas cosas en visión, estando desterrado en Patmos. Quien supo triunfar en su camino de fe y de relación con Jesús, te ofrece un consejo de extrema actualidad: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo... porque todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida, no es del Padre mas es del mundo. Y el mundo pasa, y su concupiscencia; mas el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre." (1 Juan 2: 15-17) ¡Alabado se el Señor, por siempre!