Salutaciones a las siete iglesias

Capítulo 1 versos 4 al 8


Vers. 4-6: Juan a las siete iglesias que están en Asia: Gracia sea con vosotros, y paz del que es y que era y que ha de venir, y de los siete Espíritus que están delante de su trono; y de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios y su Padre; a él sea gloria e imperio para siempre jamás. Amén.

Las iglesias del Asia

Había más de siete iglesias en Asia, aun en aquella fracción occidental del Asia que se conocía como Asia Menor. Y si consideramos un territorio menor todavía, a saber, aquella pequeña parte del Asia Menor donde se hallaban las siete iglesias que se mencionan luego, encontramos que en su mismo medio había otras iglesias importantes. Colosas, a cuyos cristianos Pablo dirigió su epístola a los Colosenses, se hallaba a corta distancia de Laodicea. Patmos, donde Juan tuvo su visión, se hallaba más cerca de Mileto que de cualquiera de las siete iglesias nombradas. Además, era Mileto un centro importante del cristianismo, a juzgar por el hecho de que al hacer etapa allí, Pablo mandó llamar a los ancianos de la iglesia de Efeso para que le viesen en ese lugar. (Hechos 20:17-38.) Allí dejó en buenas manos cristianas a su discípulo Trófimo que estaba enfermo. (2 Timoteo 4:20.) Troas, donde Pablo pasó cierto tiempo con los discípulos, y desde donde, después del sábado, inició su viaje, no quedaba lejos de Pérgamo, ciudad nombrada entre las siete iglesias.
Resulta, pues, interesante determinar por qué siete de las iglesias de Asia Menor fueron elegidas como aquellas a las cuales debía dedicarse el Apocalipsis. ¿Es, acaso, el saludo que en Apocalipsis 1 se dirige a las siete iglesias solamente para las iglesias literales nombradas? ¿Y sucede lo mismo con las amonestaciones que se les dirigen en Apocalipsis 2 y 3 ? ¿Se describen únicamente condiciones que existían allí o las que se les iban a presentar más tarde? No podemos llegar a esta conclusión por buenas y sólidas razones:
Todo el libro del Apocalipsis se dedica a las siete iglesias. (Véase Apocalipsis 1:3, 11, 19; 22:18, 19.) El libro no se les aplicaba mas a sus miembros que a cualesquiera otros cristianos de Asia Menor, como por ejemplo los que moraban en el Ponto, en Galacia, Capadocia y Bitinia, a quienes se dirigió Pedro en su epístola (1 Pedro 1:1); o a los cristianos de Colosas, Troas y Mileto, situados en el mismo medio de las iglesias nombradas.
Sólo una pequeña parte del libro podía referirse individualmente a las siete iglesias, o a cualesquiera de los cristianos del tiempo de Juan, porque los más de los sucesos que presenta estaban tan lejos en lo futuro que no se iban a producir durante la vida de la generación que vivía entonces, ni aun en el tiempo durante el cual iban a subsistir esas iglesias. Por consiguiente, aquellas iglesias específicas no tenían cosa alguna que ver con dichos sucesos.
Las siete estrellas que el Hijo del hombre tenía en su diestra son, como se declara, los ángeles de las siete iglesias. (Vers. 20.) Todos convendrán sin duda en que los ángeles de las iglesias son los ministros de ellas. El hecho de que estén en la diestra del Hijo del hombre señala el poder sostenedor, la dirección y la protección que les concedía. Pero había solamente siete de ellos en su diestra. ¿Son solamente siete los que son así cuidados por el gran Maestro de las asambleas ? ¿ No pueden todos los verdaderos ministros de toda época evangélica obtener de esta representación el consuelo de saber que son sostenidos y guiados por la diestra de la gran Cabeza de la iglesia? Tal parecería ser la única conclusión lógica que se pueda alcanzar. Además, Juan, penetrando con la mirada en la era cristiana, vio al Hijo del hombre en medio de sólo siete candeleros, que representaban siete iglesias. La posición del Hijo del hombre entre ellos debe simbolizar su presencia con sus hijos, el cuidado vigilante que ejerce sobre ellos, y su escrutinio de todas sus obras. Pero, ¿conoce así solamente a siete iglesias individuales? ¿No podemos concluir más bien que esta escena representa su actitud con referencia a todas sus iglesias a través de la era evangélica? Entonces ¿por qué se mencionan solamente siete? El número siete se usa en la Biblia para denotar la plenitud y la perfección. Por lo tanto, los siete candeleros representan la iglesia evangélica a través de siete períodos, y las siete iglesias pueden recibir la misma aplicación.
¿Por qué fueron elegidas, entonces, las siete iglesias que se mencionan en particular? Indudablemente por el hecho de que en sus nombres, de acuerdo con las definiciones que les correspondían, se presentaban las características religiosas de aquellos períodos de la era evangélica que ellas habían de representar respectivamente.
Por lo tanto, se comprende fácilmente que "las siete iglesias" no representan simplemente las siete iglesias literales del Asia que llevaban los nombres mencionados, sino siete períodos de la iglesia cristiana, desde los días de los apóstoles hasta el fin del tiempo de gracia. (Véanse los comentarios sobre Apocalipsis 2:1.)
La fuente de la bendición

"Del que es y que era y que ha de venir," o ha de ser, es una expresión que en este caso se refiere a Dios el Padre, puesto que el Espíritu Santo y Cristo son mencionados por separado en el contexto inmediato.

Los siete Espíritus

Esta expresión no se refiere probablemente a los ángeles, sino al Espíritu de Dios. Es una de las fuentes de gracia y paz para la iglesia. Acerca del tema interesante de los siete Espíritus, Thompson observa: "Esto es, del Espíritu Santo, denominado 'los siete Espíritus,' porque siete es un número sagrado y perfecto; pues esta denominación no se le da . . . para denotar pluralidad interior, sino la plenitud y perfección de sus dones y operaciones."2 Alberto Barnes dice: "El número siete puede haberse dado, por lo tanto, al Espíritu Santo con referencia a la diversidad o la plenitud de sus operaciones en las almas humanas, y a su múltiple intervención en los asuntos del mundo, según se desarrolla ulteriormente en este libro."

Su trono

Esto se refiere al trono de Dios el Padre, porque Cristo todavía no ha ascendido a su propio trono. Los siete Espíritus que están delante del trono indican tal vez "el hecho de que el Espíritu Divino estaba, por así decirlo, preparado para ser enviado, según una representación común en las Escrituras, a cumplir propósitos importantes en los asuntos humanos."

"Y de Jesucristo."

Se mencionan aquí algunas de las principales características de Cristo. El es "el Testigo fiel." Cualquier cosa atestiguada por él es verdad. Cualquier cosa que prometa, la cumplirá con certidumbre.

"El primogénito de los muertos"

Es una expresión paralela a otras que se encuentran en 1 Corintios 15:20, 23; Hebreos 1:6; Romanos 8:29; y Colosenses 1:15, 18, y se aplican a Cristo; como "primicias de. los que durmieron," "Primogénito en la tierra," "el primogénito entre muchos hermanos," "el primogénito de toda criatura," "el primogénito de los muertos." Pero estas expresiones no denotan que fue el primero en ser resucitado de los muertos en lo que se refiere al tiempo; porque otros fueron resucitados antes que él. Además, esto es un punto sin importancia. Cristo es la figura principal y central de todos los que salieron de la tumba, porque si hubo quienes resucitaron antes de su tiempo fue por virtud de la venida de Cristo, su obra y su resurrección. En el propósito de Dios, fue el primero en cuanto al tiempo como en cuanto a la importancia, porque si bien algunos fueron libertados del poder de la muerte antes que él, ello no sucedió sino después que el designio de que Cristo triunfase sobre el sepulcro se hubo formado en la mente de Dios, que "llama las cosas que no son, como las que son" (Romanos 4:17), y fueron libertados en virtud de aquel gran propósito que había de realizarse a su debido tiempo.
Cristo es "el Príncipe de los reyes de la tierra." En cierto sentido lo es ya ahora. Pablo nos informa, en Efesios 1:20, 21, de que se ha sentado a la diestra de Dios "en los cielos, sobre todo principado, y potestad, y potencia, y señorío, y todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, mas aun en el venidero." Los nombres más honrados en este mundo son los de los príncipes, reyes, emperadores y potentados. Pero Cristo ha sido situado muy por encima de ellos. Está sentado con su Padre en el trono del dominio universal, y está a igual altura que él en el control de los asuntos de todas las naciones de la tierra. (Apocalipsis 3:21
En un sentido más particular, Cristo ha de ser príncipe de los reyes de la tierra cuando ascienda a su propio trono, y los reinos de este mundo pasen a ser "los reinos de nuestro Señor y su Cristo," cuando sean entregados en sus manos por el Padre, y salga llevando en su vestidura el título de "Rey de reyes y Señor de señores," para despedazar las naciones como se rompe un vaso de alfarero. (Apocalipsis 19:16; 2:27; Salmo 2:8, 9.)
Se habla, además, de Cristo como de aquel que "nos amó, y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre." Tal vez creemos que hemos recibido mucho amor de nuestros amigos y parientes terrenales: nuestros padres, hermanos, hermanas, o amigos íntimos, pero vemos que ningún amor merece este nombre cuando se compara con el amor de Cristo hacia nosotros. La frase siguiente intensifica el significado de las palabras anteriores: "Y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre." ¡Cuánto amor nos tuvo! Dice el apóstol: "Nadie tiene mayor amor que éste, que ponga alguno su vida por sus amigos." (Juan 15:13.) Pero Cristo encareció su amor al morir por nosotros "mientras éramos aun pecadores." Y hay algo más todavía: "Nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios y su Padre." A los que éramos atacados por la lepra del pecado, nos ha limpiado; a los que éramos sus enemigos nos ha hecho no sólo amigos, sino que nos ha elevado a puestos de honor y dignidad. ¡Qué amor incomparable! ¡Qué provisión sin par ha hecho Dios para que pudiésemos ser purificados del pecado! Consideremos por un momento el servicio del santuario y su hermoso significado. Cuando un pecador confiesa sus pecados y recibe el perdón, los traspasa a Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. En los libros del cielo donde estaban registrados, los cubre la sangre de Cristo, y si el que se ha convertido a Dios se mantiene fiel a su profesión de fe, estos pecados no serán nunca revelados, sino que quedarán destruidos por el fuego que purificará la tierra cuando sean consumidos el pecado y los pecadores. Dice el profeta Isaías: "Echaste tras tus espaldas todos mis pecados." (Isaías 38:17.) Entonces se aplicará la declaración que hizo el Señor por Jeremías: "No me acordaré más de su pecado." (Jeremías 31:34.)
No es extraño que el amante y amado discípulo Juan atribuyó a este Ser que tanto había hecho por nosotros, la gloria y el dominio para siempre jamás.


Vers. 7: He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra se lamentarán sobre él. Así sea. Amén.

Aquí Juan nos transporta hacia adelante, al segundo advenimiento de Cristo en gloria, acontecimiento culminante de su intervención en favor de este mundo caído. Vino una vez revestido de debilidad, ahora vuelve con poder; antes vino con humildad, ahora en gloria. Viene con las nubes, así como ascendió. (Hechos 1:9, 11.)

Su venida es visible "Todo ojo le verá."


Además de "todo ojo," como se ha mencionado, hay una alusión especial a los que desempeñaron un papel en la tragedia de su muerte; y ella indica que lo verán volver a la tierra en triunfo y gloria. Pero, ¿cómo es esto? Si no viven ahora, ¿cómo podrán contemplarle cuando venga? Habrá una resurrección de los muertos. Esta es la única manera por la cual pueden volver a la vida los que una vez bajaron a la tumba. Pero ¿cómo es que estos impíos resucitan en ese momento, ya que la resurrección general de los impíos no se produce hasta mil años después del segundo advenimiento? (Apocalipsis 20:1-6.)
Acerca de esto Daniel dice: "Y en aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está por los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue después que hubo gente hasta entonces: mas en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallaren escritos en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua." (Daniel 12:1, 2.)
Lo que se presenta aquí es una resurrección parcial, una resurrección de cierto grupo de justos y de impíos. Se produce antes de la resurrección general de cualquier grupo. Se despenarán entonces muchos de los que duermen, pero no todos; es decir, algunos de los justos para la vida eterna, y algunos de los impíos para vergüenza y oprobio eterno. Esta resurrección se produce en relación con el gran tiempo de angustia sin precedente que habrá antes de la venida del Señor. ¿No pueden los "que le traspasaron" estar entre los que resuciten para vergüenza y oprobio eterno? ¿Qué podría ser más apropiado que ver a los que tomaron parte en la mayor humillación del Señor, y otros que acaudillaron en forma especial la rebelión contra él, resucitar para contemplar su pavorosa majestad cuando vuelva triunfante con llama de fuego para dar la retribución a aquellos que no conocen a Dios ni obedecen a su Evangelio?
La respuesta de la iglesia es: "Así sea. Amén." Aunque esta venida de Cristo es para los impíos una escena de terror y destrucción, es para los justos una escena de gozo y triunfo. Esta venida, que es como llama de fuego, para ejecutar justicia sobre los impíos, traerá su recompensa a todos aquellos que creen. (2 Tesalonicenses 1:6-10.) Todo aquel que ame a Cristo saludará toda declaración e indicio de su regreso como nueva de gran gozo.
Vers. 8: Yo soy el Alpha y la Omega, principio y fin, dice el Señor, que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.

Aquí habla otra persona que no es Juan. Al declarar quién es, usa dos de las mismas caracterizaciones, "Alpha y Omega, principio y fin," que se hallan en Apocalipsis 22:13, donde, de acuerdo con los vers. 12 y 16 de aquel capítulo, es claramente Cristo el que habla. Concluimos, pues, que Cristo es el que habla en el vers. 8.
Versión U. Smith